Lloras todo el dolor que llevas dentro, tratando
de lavar tus pecados más sucios, pero sólo consigues manchar de rímel la
almohada, de rojo tu nariz y tu mirada de gris. Sabes que este sufrimiento
nunca terminará y le gritas al viento deseos que tu ángel de la guarda no se
molestará en tratar de convertir en realidad. Ya nadie cree en los cuentos de
hadas, tan sólo tú, pero ningún espíritu mágico enjuga tu llanto ni limpia tu
herida. La fe consiste en eso, en creer en lo que no se puede ver, en defender
lo que nadie es capaz de demostrar, en sentir que, a pesar de todo, vale la
pena vivir.
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