Me rozas. Te rozo. Salta la chispa que enciende la cerilla. Arde el papel. Arde mi piel bajo tu piel. Sopla el viento. Se esparcen las cenizas. Vuelan los restos del incendio. El calor del desierto. El olor a muerto. Un Ganges infecto. Fue duro el destierro. Ya no te siento. Me pudro por dentro. Durante tres minutos tañe la campana que anuncia mi entierro. No es la primera vez que te pierdo. Camino por el sendero de fuego. Recuerdo el incendio mientras me alejo de mi error más viejo. El eterno retorno, las lágrimas, las risas, las prisas, las cortapisas de quienes revisan las vidas menos lisas. Volver a empezar. Te equivocarás. Me borrarás de tu disco duro y me sustituirás por una copia barata de Sara Carbonero en pleno beso de Iker. Me equivocarás. Me obligarás a escoger a un falso holograma de Superman y Clark Kent y cuando todas las Chicas Pantene sean incapaces de levantar lo que antes se elevaba sin pensar y ningún superhéroe pueda rescatar a quien se propuso ayudar, volveremos a incendiar nuestros cuerpos agostados, sin miedo a tener que enterrar nuestras lenguas incapaces de pronunciar un te quiero que quema arrinconado en el cielo del paladar. Ya no hay marcha atrás. O me matas o te suicidarás.
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