No es el mayor de todos tus desastres, pero sí el que más duele. Intuías el final de la película, pero no el instante en el que se desvelaría el desenlace. Querías continuar fingiendo que este agua que se desliza por tu cara no son lágrimas de invierno. Las hojas caen, el viento grita y tú lloras abrazada a tus rodillas. Está bien ser tu propio salvavidas, pero te gustaría no ser al mismo tiempo el ancla que te impide alcanzar la superficie. Las ondas del agua hipnotizan tu mirada. Hablan de sirenas y de brujas, de interminables piernas y resbaladizas colas de pez, de príncipes soñados y de sueños principescos, del TODO y la NADA. Son muchas las almas que corren delante de tus ojos, machacando las crujientes huellas del otoño. Tu nariz sorbe las primeras olas del naufragio. El resto fallecerán entre las rocas de esta orilla que custodia el cadáver de la Ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario