Está la nieve. Está el frío. También la sangre. Son imágenes recurrentes que provocan la asfixiante apnea de tu sueño. Desconoces su origen, pero no puedes negar su persistente existencia. ¿Qué diría Freud de todo esto? No es difícil de imaginar. Ante la imposibilidad de cerrar los ojos y negar el desastre, decides explorar los inhóspitos dominios de los monstruos que sonríen a tu espalda, seguros de que acabarás rindiéndote a la evidencia de que, más tarde o más temprano, acabarás despedazada entre sus garras, desangrada sobre la fría nieve boreal, que aún no has visto ni tocado, pero que sepultará tu cuerpo exangüe y congelado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario