Me equivoqué. Otra vez. O, quizá, no. Tal vez seas tú el que no acierta a comprender el sentido del camino, el Norte del deseo, el imán que te empuja y te detiene. Yo también pienso que el mundo se hunde a cada paso que no damos, a cada verdad que amordazamos, a cada secreto que no revelamos; pero continúo quieta, callada, encriptada y rezo para que corran los cobardes, para que hablen las lenguas que cortaron los tiranos, para que se descubran los misterios que yacen en las tumbas. Me miras, deseando, a la vez, que el apocalipsis estalle y no estalle en nuestras manos, pero el sol vuelve a alumbrar tras la tiniebla y, aún así, las sombras que oscurecen nuestros sueños continúan ahogando nuestro escéptico corazón de plastilina. Abrázame fuerte, como aquella vez en que se suponía que era yo quien te abrazaba. Son tantos los demonios y tan pocos los exorcismos capaces de expulsarlos...
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