He vuelto a perder el Norte, a vagar por callejones que no salen en los mapas, a balancearme desnuda en el último rayo que emite la luna antes de que el sol comience de nuevo a alumbrar nuestras miserias cotidianas. He vuelto a girar sobre mí misma y a dar vueltas en torno a las metáforas que utilicé para hablar de todo aquello que nunca llegaremos a ser. He vomitado las lágrimas que no terminé de tragar. He digerido la excusa y regurgitado la verdad. He vuelto a hacer nevar narcisos en verano y a abrigar mis noches de diciembre con una manta de girasoles recién decapitados. He abierto de nuevo la Caja de Pandora, he apuñalado la esperanza, cerrando la tapa antes de que los aterrorizados males osaran siquiera a asomar la punta de sus garras. He acunado mis insomnios hasta quedarme dormida entre sus brazos. He despertado, siempre en el lugar equivocado, tan lejos de la orilla donde descansa tu costado. He fingido que no importa, que la distancia es siempre la adecuada, aunque cada noche muera por no morir sobre tu almohada. He buscado. He encontrado. He continuado buscando. Siempre escojo caminos estrechos y torcidos, que no conducen a ninguna meta y que, sin embargo, llevan a tantos sitios... Mis pies yerran, pero cada equivocación es necesaria para asentar las tripas, para acallar el grito. Resucitaré tantas veces como quiera morir. El dolor es siempre un concepto relativo. Mírame. Por mucho que corramos en dirección contraria, siempre tropezaremos en el mismo lugar.
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