El calor de tu cuerpo sobre el mío. Tu respiración acompasada al vaivén de mi pulmón. Ni un solo milímetro de carne contorsionado de tensión. Por favor no permitas que fallezca este momento. Es curioso cómo el verdadero amor nunca aplasta, sólo aligera, no importa cuántas decenas de kilos reposen sobre ti. Un sofá, dos ilusos dormidos ajenos al ronquido del tiempo que corre en nuestra contra (la lluvia inundando el exterior). No hace falta que te diga que te quiero. Resulta más que evidente para cualquiera de las cuatro paredes de esta incrédula habitación. Yo tampoco necesito que verbalices aquello que ya sé. ¿En qué momento certificamos la banalidad de las palabras? Y, sin embargo, mañana volverás a preguntarme por qué tengo que marcharme y yo te miraré a los ojos y recitaré un atajo de razones sin razón que no creerás (tampoco yo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario