La vida sigue, pero yo no. Mi inmovilidad carece de razones, pero está plagada de motivos. No sabría explicarlo, aunque quisiera, pero lo siento todo de forma tan prístina que me resulta imposible de ignorar. No es que no pueda continuar, sino que no debo hacerlo. He de aguardar a que me rescate mi destino, flotar a la deriva hasta que el mar decida si ha de tragarme o escupirme en alguna orilla, soltar el timón y dejar de rezar para recuperar el rumbo. Lo que tenga que ser, será, no importa el empeño con el que tratemos de enderezar los renglones torcidos de Dios. El tiempo murió en vanas esperas. Traté de resucitarlo, sin terminar de comprender el credo de Nietzsche. Ahora sí entiendo la paradoja que vertebra la existencia. Dejo de resistirme, de hacer, de desear; pero mis omisiones de ahora nada tienen que ver con las pasadas. Su origen es diametralmente opuesto y esencialmente diferente. El miedo ha sido sustituido por una trémula fe en la benevolencia de la omnisciencia divina. O puede que no, que sólo finja creer para no caer en el vacío, para no ser desgarrada por el despropósito de mis emociones, para no admitir que, tras mi parálisis, se oculta el secreto deseo de que, por fin, tú me encuentres a mí.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
jueves, 24 de febrero de 2022
martes, 22 de febrero de 2022
Y vimos cambiar las estaciones
Anochece antes, pero el frío no termina de llegar. Las hojas caen sin haber mutado de color. Yo te espero como antes, como siempre, como si el mundo y nosotros no fuéramos bien distintos a esos dos estúpidos que se miraban, hambrientos, bajo la lluvia, bebiendo vino para ahogar el deseo o, quizá, simplemente, para tener una excusa que permitiera liberarlo sin remordimientos. Nada ocurrió. No me arrepiento. Ninguno de los dos estaba preparado para esto. Últimamente hablo demasiado. Me derramo en los oídos del primer extraño dispuesto a tratar de adivinarme. Les doy todos los puntos, pero no sabrían unirlos por más que lo intentaran. Mi corazón continúa atrapado en el laberinto de tu recuerdo, olfateando migas de pan que puedan conducirlo hasta tu encuentro. La luna llena ilumina los senderos del olvido, pero yo prefiero adentrarme en la oscuridad, amortajarme en el alquitrán de tu silencio, ése que yo provoqué en un impulso genocida, cuando la vida se expandía en contra de nuestra soberbia voluntad. Ahora centenares de desconocidos fallecen cada día a nuestro alrededor sin que nadie crea en ellos, pues no podemos verlos, ni olerlos, ni tocarlos. Sólo podemos imaginarlos y cruzar los dedos para no tener que acompañarlos antes de tiempo. ¿Sus fantasmas también te provocan pesadillas o sólo yo me despierto cuando entrechocan sus clavículas? Dime que aún hay tiempo para que todos hagamos lo correcto.
lunes, 14 de febrero de 2022
Apocalipsis (IX)
En mi cabeza, bailo todo el tiempo; a veces, contigo; la mayor parte del tiempo, sola. Soy feliz a mi pesar; aunque sepa que el apocalipsis debiera devorarme desde dentro, si no lo hace desde fuera; aunque yo también me hunda en el pantano, sin rama que me sirva de asidero, ni tabla que me mantenga a flote sobre el cieno. He llorado tanto por desastres magnificados que, ahora que el Everest se derrumba sobre mí, no me quedan lágrimas con las que lavar mi cadáver. Somos polvo y el polvo acabará por conquistar hasta la última partícula de nuestro ser. Hay lugares que se repiten y otros que se diluyen en la lejanía de la intrascendencia. Nunca he sabido si escribo para otros o para mí misma. ¿Acaso para ti? Pero no, tú nunca me has leído, porque siempre has sabido que tú sólo entiendes mis silencios. Te veo en sitios que no hemos pisado juntos y trato de borrarte de calles inundadas de tu nombre. Los edificios desaparecen, pero los cimientos se enquistan bajo el asfalto. Conozco de antemano el resultado, siempre lo he hecho, pero sigo esperando que mute la sentencia, que tú y yo anclemos entre gemidos nuestros labios. El tiempo pasa y sólo la incertidumbre permanece. Nuevas muertes jalonan nuestras vidas y el dolor, que tratamos en vano de revertir, nos asfixia con saña cada noche. No hay remedios, sólo anestesias (el alcohol que entorpece los sentidos y diluye el arrepentimiento; cuerpos que nunca serán hogar, pero sí asilo transitorio; el luminoso recuerdo de aquello que fue, a pesar de nosotros mismos).
miércoles, 9 de febrero de 2022
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