Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
martes, 26 de octubre de 2010
Marta
Se asoma el sol entre las nubes y Marta se esconde entre las sábanas. Un arco iris de tres bandas se dibuja en la colcha que abriga sus noches de insomnio, pero sabe que ninguna olla de oro la espera al final del mismo. Dejó de creer en los cuentos de hadas casi antes de empezar a tener fe en ellos. Nunca se tropezó con ningún duende deseoso de concederle tres deseos. Tampoco conoció nunca a ninguna auténtica princesa, de ésas que perciben un guisante debajo de una pila de gruesos colchones. Sí ha colisionado con multitud de brujas dispuestas a robarle el alma al primero que se interponga en su camino, con tres o cuatro madrastras destructoras de la autoestima de cualquier Cenicienta, con miles de ogros devoradores de sueños infantiles y con diez o doce dragones de fuego abrasador y garras de hierro oxidado. Una vez, incluso, llegó a creer que había descubierto a su príncipe encantado, pero decidió rescatar a otra Rapuncel anhelante de libertad. Sí, Marta aún sigue pensando en Carlos cuando se aburre de sus dramas adúlteros y muere de envidia al pensar en que es otra la que ganó el gran trofeo. No se da cuenta de que nunca entró en la competición por obtener el amor del chico perfecto. En realidad, Marta nunca ha luchado por nada ni por nadie. Está convencida de que le duelen todas las derrotas cosechadas a lo largo de su efímera existencia, pero quien no participa en la guerra no puede ser vencido. Es su cobardía lo único que le retuerce las tripas con calambres inconstantes, su incapacidad para fijarse un objetivo y estar dispuesta a morir por conseguirlo, su desidia innata, su autoestima inexistente, su ateísmo incongruente. Ni tiene ni tuvo nunca fuerzas ni ganas para recorrer el arco iris hasta el final y comprobar que no hay monedas que contar. Y mientras vuelve a nublarse el cielo de octubre, Marta nubla sus ojos con lágrimas incandescentes. Mañana no será otro día, sino uno idéntico a éste. No se da cuenta de que es ella la que tiene que ser diferente.
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