Me reconociste, pero volviste la cara hacia otro lado y seguiste caminando, bien apretado a su mano. Yo continué cantando mis desgracias inventadas, espolvoreando detalles que, dispersos, impiden adivinar qué hay de cierto en mis palabras. Dijiste que jamás volverías a leer mis metáforas lunares, tan llenas de cráteres como el satélite terrestre. Fueron tus disparos los que horadaron mi coraza, provocándome indetectables e incurables lesiones internas. Pero, aunque lo niegues, ambos sabemos que de noche te levantas de puntillas para asomarte a la ventana, añorando la cara oculta de mi alma, los secretos que sólo tú conoces, las debilidades que me hicieron más fuerte, las blasfemias que santificaron mis actos y las oraciones fragmentadas en rosarios. Aunque me ignores seguiré minando tu hígado, como un tumor maligno imposible de extirpar. La bilis amargará tu boca y sus labios, sin que ella sospeche que soy el origen de la hiel, porque ella sólo conoce el sol y la alegría bajo los que camuflas tu oscura melancolía, ella no sabe quién eres y mucho menos quién soy yo, porque ella es sólo otra ciega que cree ver, mientras que aquellos que vemos tratamos de cerrar los ojos, antes de que el horror dinamite nuestro corazón. Apaga la luz eléctrica y enciende una vela. Deja que las sombras oscurezcan la pared con su danza macabra. Nuestro amor siempre tuvo algo de aquelarre.
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