miércoles, 17 de septiembre de 2014

Al otro lado del cristal todo va más rápido

Al otro lado del cristal todo va más rápido. La vida ajena se difumina a la velocidad del rayo. La tuya, por el contrario, hace tiempo que permanece estancada, esperando en vano a que alguien se atreva a abrir la puerta de la presa y liberar las toneladas de agua retenida entre tus muros de hormigón. Ansías convertirte en un río de corriente embravecida, pero nunca aprendiste a deslizarte entre las piedras sin que tu carne fuera rasgada por las aristas de las rocas. Al otro lado del cristal todo va más rápido y tú contemplas la película acelerada de sus noches y sus días, preguntándote si el dolor o la alegría serán capaces de alcanzar a esas sombras de contorno indefinido e indefinible. Sueñas con el momento en el que el mundo detenga su frenético giro, permitiéndote entrar en la rueda de los hámsteres que pedalean, persiguiendo un destino que siempre les será esquivo. Los neumáticos trazan sendas sobre el asfalto, pero tú sólo ves los abismos que se abren en el espacio sin conquistar por el ser humano. Son selvas vírgenes que nadie trata de colonizar, altares vetones consagrados a Marte. Al otro lado del cristal todo va más rápido. Él trata de alcanzarte, tanteando los huecos que tu silueta va robando al aire, pero sus dedos siempre arañan el vacío que precede a tu presencia, tan tardía como incoherente, tan exigua como valiente. Al otro lado del cristal todo va más rápido. Tú te mareas y vomitas tu angustia sobre el asiento de cuero negro. Él pisa el acelerador, sabiendo que no tiene sentido seguir tratando de esperarte.

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