No es la primera vez que me disparan. No será la última. Las balas son canicas que golpean, pero no hieren; pinceles que colorean de púrpura el lugar donde impactó el proyectil, derramando la sangre hacia dentro, nunca hacia fuera. No os dais cuenta de que mi piel es mármol y que sólo el cincel de Bernini o Canova podría hacerme volar en mil pedazos. Seguid, seguid lanzando misiles, tratando de acertar en la diana, sin ser conscientes de que será vuestro propio fuego el que calcine vuestras vidas. Ni siquiera las cucarachas son inmunes a las llamas.
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