Hace frío y no quiero caminar bajo la escarcha, sentir que el mundo es nieve, endurecerme en contacto con el hielo. Pero se abre la puerta y penetra la ventisca, tiñendo de blanco mis desiertos, gangrenando los dedos de mis pies, poblando mis venas de pingüinos. Necesito que insufles fuego en mis pulmones, que tu aliento derrita las estalactitas de mis labios, que el vapor de tus lágrimas caldee mis rincones más helados. Pero tú no quieres envolverme en tus abrazos, que tus manos descongelen mi piel de porcelana, que la fuerza de tu deseo abrase mi gélida boca. Tú sólo quieres contemplarme en la distancia, dibujar los copos que se adhieren a mis pestañas, describir el azul violáceo que se apodera de mi agónico cuerpo, abandonado a su suerte en lo más profundo de Siberia. Mi muerte te parece hermosa y, una vez más, sólo puedo coincidir contigo.
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