Tus heridas son pozos sin fondo, en los que flota mansamente la angustia de los desahuciados. Tus ojos son estanques de Hiroshima y Nagasaki, sobre los que penden nubes radiactivas, envenenadas con el odio de aquéllos que matan parapetados tras el nombre del bien común y la justicia. La vida es una selva de días como palmeras sin podar. Las horas caen como hojas que amputan las manos de los cobardes con la violencia de un machete blandido por un niño soldado. Ríen los monos, balanceándose sobre las ramas de la autocomplacencia. La sangre de las víctimas salpica de barro sus zapatos sin conciencia. Ellos limpian la mancha con la piel de oro del último plátano que robaron antes de que la mina se agotase. Tu lengua llora las penas de los muertos, cuyos consejos ni los chamanes desean ya escuchar. Pocos conocen la sintaxis del olvido, aunque practiquen su indolencia. La amnesia es un agujero camuflado bajo los despojos del otoño. También nosotros caeremos en la trampa y volveremos a cometer los errores que nos juramos nunca jamás repetir. Nuestros bolsillos están llenos de las piedras con las que otros tropezaron, pero los hoyos en los que caemos no pueden guardarse en ningún rincón de la memoria. Sólo Alicia aprendió la lección y no volvió a echarse la siesta.
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