¿Cuánto tiempo transcurrirá antes de que todo se derrumbe y el mundo se convierta en una mancha carmesí? ¿Cuántos días estrellaremos contra la pared, como copas disparadas con furia por manos colmadas de frustración? ¿Cuántas horas se escurrirán entre los labios, sin que ninguno de los dos sea capaz de encontrar la llave que abre la puerta a todos sus secretos? Permanecemos quietos, aunque queramos huir, aunque deseemos alejarnos del desastre, aunque nos neguemos a contemplar nuestro final. Tiembla el cielo. Se desgarra la tierra. Pero ahogamos el grito para no espantar a las presas. La única forma de sobrevivir es conseguir que el cazador elija otra víctima propiciatoria. Nos escondemos entre los árboles y cerramos los ojos, creyendo que eso basta para no estar nunca en el centro de la mirilla de su escopeta. Una bocanada de angustia revienta mi esófago. Tu mano se enreda entre mis dedos, tratando de enjugar mi miedo. Tu lengua cosquillea en mi oído palabras en las que nunca he querido tener fe: Tranquila. Sólo tenemos que aprender a respirar a través de las lágrimas, pero el llanto es una almohada que el destino aprieta fuertemente contra mi cara. Me ahogo entre tus brazos, casi tanto como fuera de ellos. El amor es un casco de caballo que piafa con saña sobre mi pecho desnudo. Traté de advertírtelo, pero para entonces tu corazón ya era una fosa llena de huesos quebrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario