jueves, 6 de agosto de 2015

Psicosis

Tu marcha provocó el cataclismo. Mírame, tirada en el suelo, tratando de no oírlas, pugnando por contener este torrente de palabras, que amenazan con reventarme los tímpanos si no las escribo. Pero no puedo hacerlo. Duelen demasiado. Si las tecleo en el ordenador me quemarán los dedos. Prefiero quedarme sorda. Los dedos los necesito para volver a tocarte, si alguna vez te dignas a regresar. Los oídos son superfluos. Nunca me interesaron tus palabras. Las últimas que pronunciaste preferiría no haberlas escuchado. Por eso te corté la lengua. Por eso rasgué tus cuerdas vocales. Dime, ¿cómo le explicarás ahora al mundo todo aquello que yo siempre adiviné sin explicación alguna? Dime, ¿cómo justificarás la silueta de mi cadáver sin orejas, impresa en el suelo de tu cuarto de baño, junto al bote de analgésicos que vaciaste de un solo trago? Es cierto. Se me olvidaba. Eres tú el que está muerto. ¿Y yo? ¿Acaso sigo viva?

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