Isobel no recordaba cómo había llegado hasta la cama, aunque tampoco importaba.
Se levantó trabajosamente e intentó evaluar los daños. Eran las siete y veinte de la tarde del domingo más amargo de su vida. Su cama estaba revuelta y el 90% de la superficie de sus sábanas aparecía ante sus ojos impregnada de una mezcla indefinida de rímmel y maquillaje. No quería ver el aspecto que presentaba su cara, pero era consciente de que tarde o temprano tendría que enfrentarse a ello. Así pues, caminó lentamente hacia el cuarto de baño y reunió el poco valor que le quedaba para mirarse en el espejo. Su rostro era similar al de cualquiera de sus odiados cuadros picassianos. Comenzó a llorar de nuevo y siguió llorando mientras intentaba borrar con abundante agua todo rastro de la noche anterior.
De repente una loca idea cruzó por su agotada mente y una sonrisa esperanzada sustituyó a los anteriores lloriqueos. Corrió hacia el teléfono y rápidamente marcó el número de Eloísa.
- ¿Sí?
- Cuando estás enamorada y estás con el chico objeto de tus desvelos siempre sientes mariposas en el estómago, ¿verdad?
- ¿Isobel?
- ¿Sí o no? Es una pregunta sencilla.
- ¿Sí? No sé. Nunca me he puesto a analizarlo.
- Pero es lógico, ¿no? Nunca he sentido mariposas en el estómago, así que no puedo estar enamorada.
- ¿Estamos hablando de alguien en concreto?
- Sí. Bueno, no. Pongamos que es un caso hipotético. Si cuando estoy con un chico que me gusta no siento mariposas en el estómago es que no estoy enamorada de él, ¿verdad?
- No necesariamente.
- ¿No necesariamente?
- Bueno, ya te digo que nunca me he puesto a analizarlo, pero creo que las mariposas en el estómago sólo aparecen en la primera etapa del enamoramiento. Al principio sí que las sentía cuando estaba con Manu, pero precisamente a medida que me fui enamorando de él las mariposas desaparecieron.
- Pero, ¿qué coño estás diciendo? Eso no tiene sentido.
- Claro que tiene sentido, Isobel. Las mariposas son sólo fruto de los nervios y de la inseguridad de los primeros momentos. Luego vas conociendo a la persona y te vas sintiendo más y más a gusto a su lado y te vas enamorando, enamorando de verdad, y pierdes el miedo a mostrarte tal y cómo eres y a que él haga lo mismo, porque empiezas a adorar incluso sus defectos. Al menos es lo que a mí me pasó con Manu. De hecho me di cuenta de que estaba enamorada de él el día en que empecé a comerme con gusto sus desastrosas lentejas.
- Bueno, pero al principio sentías las mariposas en el estómago. Yo nunca las he sentido, así que no puedo estar enamorada.
- Mira Isobel, no creo que las mariposas en el estómago sean un requisito imprescindible para estar enamorada. A ver, ¿cuándo estás con ese chico el tiempo se te pasa volando y no querrías estar en otro lugar, le ves guapo incluso cuanto tiene cara de no haber dormido en tres días, te arreglas más cuando sabes que lo vas a ver, le has contado cosas de ti que pocas personas más saben, cuando estáis callados el silencio no resulta incómodo sino perfecto...?
Isobel colgó el teléfono mientras los ojos se le arrasaban de lágrimas. Ni siquiera se despidió de Eloísa y, ante la idea de que ella pudiera volver a llamarla y seguir recitándole síntomas de esa odiada enfermedad que no deseaba tener, dejó el teléfono descolgado.
Por primera vez en su vida se sintió perdida al comprobar que había algo que escapaba de su control.
Y volvió a llorar amargamente. Y volvió a llorar incluso después de quedarse sin lágrimas que derramar.
Y lloró porque cuando estaba con Marcos el tiempo se le pasaba volando y no quería estar en ningún otro lugar. Y lloró porque lo veía igual de guapo al principio de la noche que a las seis de la mañana con varias copas de más y unas cuantas horas de sueño de menos. Y lloró porque cuando se arreglaba, incluso de manera inconsciente, pensaba en él. Y lloró porque en sus múltiples barras libres juntos le había confesado a Marcos demasiadas cosas sobre ella. Y lloró porque los silencios entre ellos eran simplemente perfectos. Pero, sobre todo, lloró porque nunca había sentido aquellas mariposas en el estómago que podrían haberla avisado de lo que estaba pasando y que podrían haberla ayudado a evitar la gran hecatombe.
Y lloró y lloró y lloró.
Y mientras lloraba sólo se acordaba de cómo le sacaba de quicio la gente que se mordía las uñas, mientras que cuando Marcos lo hacía le parecía simplemente una adorable manifestación de inseguridad.
Y lloró amargamente. Y lloró incluso después de quedarse sin lágrimas que derramar.
3 comentarios:
Sólo puedo decir una cosa del cuento:
PRECIOSO
yo potaba. no mariposas sino deshecho de vísceras. caldo fino y tibio, potadas bestiales de represión y delirio. enfin, soy nerviosete, ya ves, mi perro me lo dice..
Aviso para navegantes: Mariposas en el estómago no trata de determinar los síntomas propios del enamoramiento, sino que es parte de una historia, una historia que empezó con Isobel y que continúa con Ni una maldita lágrima y que no sé muy bien cómo seguirá.
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