martes, 24 de junio de 2008

Laura

Las náuseas volvieron a apoderarse de Laura y, esta vez, no hizo nada por evitar el vómito. Los tropezones de un mal masticado desayuno fueron expulsados de su cuerpo a gran velocidad acompañados de ese líquido ácido que nuestra protagonista tan bien conocía. Laura estaba cansada de luchar contra las náuseas, demasiado cansada. Vomitar era sencillo, lo difícil era no hacerlo. Contempló el contenido del váter y una nueva arcada recorrió su cuerpo, obligándola a expulsar aquel líquido verde que tan bien conocía. Las agujetas del abdomen le dolían más que nunca, mientras un nuevo estertor intentaba obligarla a expulsar un contenido del que su estómago carecía. Ni siquiera la bilis acudió a su boca en esta ocasión. Cerró los ojos y deseó morirse. Se concentró en ello con todas sus fuerzas y, por un instante, creyó que esta vez lo conseguiría, que su alma, por fin, abandonaría su cuerpo y dejaría de sufrir. Pasaron unos minutos, quizá sólo unos segundos, ¿cómo medir el tiempo cuando no deseas llevar reloj?, pero nada sucedió. Sabía que si abría los ojos vería el resultado de su debilidad y que las náuseas volverían a atraparla, así que tanteó hasta encontrar el maldito botón que haría desaparecer la prueba de su pecado. Apretó con todas sus fuerzas y oyó cómo el agua limpiaba aquello a lo que Laura no era capaz de enfrentarse. No obstante, esperó un poco más antes de abrir los ojos y mirar el agua cristalina del inodoro. Reconfortada por tan tranquilizadora visión, reunió las escasas fuerzas que le quedaban para coger el impulso suficiente y necesario para ponerse en pie, se secó las lágrimas acumuladas en el rabillo de su ojo derecho (¿por qué sólo lloraba por un ojo?), respiró hondo y se dispuso a afrontar un día más del sinsentido en que su vida se había convertido.

1 comentario:

PRIMAVERITIS dijo...

lo siento, pero nunca queda la taza totalemte limpia solo con tirar de la cadena.