Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
martes, 24 de junio de 2008
Marta
Marta continúa mirando por la ventana cuando suena el primer trueno y el cielo gris comienza a desatar su reprimida furia. Es entonces cuando comienza a recordar a Carlos, el único hombre del que ha estado enamorada, el único al que amará y precisamente uno de los pocos hombres que le han gustado sin que la cosa acabara en la cama. Carlos era cuatro años mayor que ella y cuando se conocieron él estaba saliendo con Ester, la hermana mayor de Isa, la mejor amiga de Marta. Marta siempre se había llevado muy bien con Ester y, cuando ésta le presentó a su novio, Marta pensó que era uno de los chicos más majos que había conocido. No obstante, al principio, sólo lo vio como a un amigo, un tío súper legal y divertido con el que se podía hablar de cualquier cosa. Por aquel entonces Marta sólo tenía quince años y no había salido nunca con nadie. Es cierto que se había colgado de varios chicos y que, incluso, había tenido un par de rolletes, siempre con chicos guapos a los que en cuanto conocía con un poco de más profundidad acababa detestando profundamente. Carlos era mono: rubio, alto y con los ojos azules parecía un guiri procedente de algún país nórdico y, aunque sus facciones no encajaban con el prototipo occidental de belleza, tenía un encanto indefinible difícil de ignorar. Aún así, Marta tardó dos meses y tres días en enamorarse de Carlos o, al menos, eso fue lo que tardó en darse cuenta de su enamoramiento. Primero sólo era el novio de Ester. Después se convirtió en uno de sus mejores amigos y, un buen día, se sorprendió deseando desesperadamente que él la besara mientras hablaban del último concierto al que Carlos y Ester habían ido. Aún recordaba la fecha maldita: el 22 de febrero de 1988.
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