miércoles, 3 de septiembre de 2008

Elizabeth, la edad de oro


Una película excesivamente grandilocuente. Así es como podría definirse este intento de recrear una de las épocas más gloriosas de la historia de Inglaterra.
Las comparaciones son odiosas, pero necesarias e inevitables en muchas ocasiones. Y es que, si bien la predecesora de esta cinta consiguió cautivarme total y absolutamente, esta continuación me dejó más fría que un témpano de hielo.
"Elizabeth" se limitaba a retratar a un personaje histórico en sus años de juventud. Ésta era su única pretensión y desde la sencillez del planteamiento se lograba plenamente el objetivo perseguido. La película recreaba perfectamente la época de transición entre el reinado de María Tudor y el de Isabel I de Inglaterra a través de una cuidadísima ambientación, un brillante vestuario y un fiel reflejo de las intrigas palaciegas que rodearon a la protagonista y que terminaron con su proclamación como reina de Inglaterra y con la sustitución definitiva del catolicismo por el anglicanismo. No obstante, la película daba un paso más y, en lugar de quedarse en la superficie de los acontecimientos, trataba de realizar un profundo retrato psicológico de la mujer que Elizabeth fue y de la evolución que experimentó su personalidad a raíz de los acontecimientos externos que rodearon su existencia. Una brillante interpretación a cargo de Cate Blanchett contribuye en gran medida a lograr los objetivos anteriormente descritos, si bien es cierto que los mismos no se habrían alcanzado con un guión menos brillante.
Y éste es precisamente el principal defecto de "Elizabeth,la edad de oro". Efectivamente, la inconsistencia del guión es la principal causante de la enorme dificultad que tiene el espectador para identificarse con los personajes presentados y comprender sus sentimientos y, en última instancia, las motivaciones de sus actos. Así, esta secuela parece solamente interesada en dar una idea general de la grandeza política del reinado de la soberana inglesa, olvidándose por completo de retratar el lado humano de los protagonistas. De esta manera, la película se convierte en una narración impersonal de acontecimientos con claros fines propagandísticos: la Inglaterra isabelina es el reino más importante que ha existido nunca, la flota británica es la única capaz de hacer frente a la Armada Invencible y los buenos de los protestantes consiguen derrotar definitivamente a los opresores e irracionales católicos. Para ello no se duda en ningún momento en cometer inexactitudes históricas, como la de presentar a Felipe II de España como una especie de tullido retrasado o a María Estuardo como una mujer de débil carácter y sin ningún tipo de iniciativa política. Muy dudoso resulta también el reflejo de la relación existente entre Elizabeth y sir Walter Raleigh que la película presenta y es que, más allá del hecho de que ambos fueran o no amantes, en ningún momento llegan a comprenderse los sentimientos existentes entre ambos. Ni siquiera las personalidades de los protagonistas aparecen bien definidas. Claro que, para mí, son los últimos veinte minutos de metraje los realmente insufribles; con una Elizabeth más divina que humana, capaz incluso de conjurar a los elementos de la naturaleza para provocar la tempestad que destruyó a la Armada Invencible, poderes sobrenaturales que la protagonista se ha encargado previamente de anunciar al embajador español en un discurso ampuloso y poco creíble.
En definitiva, una película cuyos únicos aciertos residen en la nuevamente brillante interpretación de Cate Blanchett y en la también excepcional ambientación.

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