Una enorme y redonda luna llena me contempla mientras escribo estas líneas y yo intento no dejarme atrapar por su hipnótico brillo.
Abro la ventana y respiro el fresco aire de la noche.
El silencio lo envuelve todo a mi alrededor.
De pronto, el ladrido del perro del vecino perturba la quietud de las calles solitarias.
Contemplo con fastidio al impertinente chucho y me doy cuenta de que él también se encuentra bajo el influjo de la diosa selene.
Es a ella a quien ladra con ahínco, tras los barrotes del balcón que constituye su prisión.
Me gustaría comprender su lenguaje y que él comprendiera el mío y, sin embargo, puede que no seamos tan distintos.
Levanto la vista y me dejo atrapar por la blancura del satélite terrestre.
Una vez más, la marea de mis sentimientos sube y baja frenéticamente.
El pulso se me acelera y siento una imperiosa necesidad de actuar sin perseguir ningún tipo de objetivo, únicamente guiada por mis incomprensibles y primarios instintos.
Pero la luna llena no tardará en decrecer y con ella disminuirá también la plenitud de mi alma.
Y con la luna nueva se renovarán mis fuerzas y poco a poco mi alma volverá a colmarse de sentimientos encontrados y se expandirá hasta alcanzar la plenitud de estos días.
28 días girando al ritmo marcado por la luna.
28 días buscándola cada noche.
28 días para que todo vuelva a empezar.
28 días dando tumbos sin parar.
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