- Quizás nunca debiste esperarme.
- O tal vez tú debiste llegar a tiempo.
- Sabías de sobra que no lo haría.
- Y, sin embargo, me quedé cruzado de brazos contemplando el avance de las manecillas del reloj, convencido de que, tarde o temprano, acabarías apareciendo. Y ya ves, al final tenía razón.
- Sólo he venido para decirte que dejes de esperarme.
- Si se tratara sólo de eso me habrías llamado por teléfono.
- Me gusta decir las cosas cara a cara, sobre todo cuando sé que puedo hacer daño con mis palabras.
- No son tus palabras las que hieren, sólo tus silencios se me clavan en el alma.
- Siento que hayas perdido el tiempo conmigo.
- Tranquila. Vete, continúa tu camino, vive tu vida, da todas las vueltas y tumbos que necesites, que yo estaré aquí cuando te canses de fingir que no estoy hecho para ti.
- No quiero que continúes esperándome. Te estoy diciendo que nunca volveré.
- No importa lo que digas. Mientras tu voz continúe sin ser firme y tus ojos rehúyan mi mirada sé que aún habrá alguna esperanza.
- No puedes seguir desperdiciando tu vida esperando algo que nunca llegará.
- Esperarte es lo único que tiene sentido.
- ¿Y qué ocurrirá cuando una mañana te levantes y descubras que tienes más de setenta años y que estás solo porque te has pasado la vida esperando a alguien que sabías que no vendría?
- Vendrás.
- Créeme, no lo haré.
- ¿Cómo estás tan segura?
- Porque por fin tengo claro lo que quiero y no pienso renunciar a mi sueño por un hombre por el que ni siquiera estoy segura de sentir algo. ¿Y tú? ¿Por qué estás tan seguro de que volveré?
- Porque has venido a comprobar si estaba dispuesto a seguir esperándote.
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