Tu recuerdo es una sombra gigantesca que amenza con devorar todo mi universo, una nada más implacable y cruel que la de Michael Ende, un abismo al que me da pánico asomarme.
Y cierro los ojos intentando calmar el vértigo que se apodera de mi estómago, rezando para que la habitación deje de dar vueltas sobre sí misma, deseando que el colchón de mi cama sea capaz de amortiguar la caída sin principio ni final.
Y abro los ojos y contemplo el cataclismo causado por tu ausencia: el olor de tu piel bordado en mi almohada, el eco de tu voz rebotando entre las cuatro paredes que aprisionan mi desolación, portarretratos que enmarcan sonrisas olvidadas hace tiempo, el osito de peluche ganado en la feria de un lejano verano que nunca se repetirá, cartas no contestadas, silencios compartidos, sueños abandonados, secretos escondidos en el rincón más esquinado del cajón de la ropa interior y un rastro de migas de pan que conduce directamente hasta el centro de tu indiferencia.
Y cuando la aguja de mi brújula interior vuelva a desinmantarse, sólo tengo que seguir la estrella polar de tu mirada, sin importarme el lugar al que pueda conducirme, indiferente a los cantos de sirena con los que pueda toparme en el camino, sin necesidad de atarme firmemente al mástil de la racionalidad.
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