martes, 20 de septiembre de 2011

Calabazas

Tengo sangre en la garganta, saliva en los ojos y lágrimas en los labios.

Cada vez que salgo a la calle, te busco, pero nunca te encuentro.

El polvo obtura mis oídos y me impide oír el grito de tus manos, ansiosas por atraparme.

Finjo que todos mis orificios están libres de ti y bailo como si fuera una ménade adorando a Dionisio.

Se acaba la noche y con ella una nueva oportunidad de tropezarme contigo.

Sé que la mañana no será más fructífera y conforme fallecen los minutos se extingue mi fe en el destino.

Una atracción a primera vista como dolor reflejo de un amor en una vida pasada.

Una concatenación de casualidades iniciales que se rinden ante mi empeño de provocar un nuevo choque frontal.

El vino que anega mi estómago y el ron que circula por tus venas.

Chupitos que yacen en la barra esperando a que alguien cometa la imprudencia de tragárselos.

Cartas que no adivinan el futuro, pero que dejan al descubierto tus intenciones y mis temores.

Nieve que deslinda nuestro abanico de movimientos invisibles.

Autobuses que se largan sin que yo diga nada.

Rosas que se marchitan en el balcón.

Calabazas que se hielan en la terraza.

Palmeras sin dátiles ni plátanos.

Moldes de escayola que intentan imitar a los amantes de Teruel.

Tonta ella y tonto él.

Barro en las uñas de tanto escarbar en la superficie de lo que todo el mundo cree a pies juntillas.

Sed de coca-cola sin whisky y de sangría sin fruta.

Hambre regurgitada y vomitada.

Pensamientos retrasados y atrasados que impiden avanzar.

Seguridad en medio del caos.

Verónicas a media noche para esquivar al undécimo toro que me trata de ensartar.

Poco a poco lo veo todo con claridad y me doy cuenta de que debo morderte sin piedad, antes de que la romántica tuberculosis tiña de rojo el kleenex con el que me limpio los trozos de cerebro que se me escapan por la nariz.

No hay comentarios: