Caída libre sin paradas intermedias, en diagonal circular trazada sin compás, a pulso y mano alzada, mordiendo el labio, concentrada en magnificar el impacto contra el suelo, empeñada en dinamitarte en mil partículas de polvo transparente, pudiendo así camuflarte en el aire suspendido entre tus pestañas y su ombligo, epicentro de todo este desastre, que a veces hiela y otras te arde. Pero no eres tú quien decide las consecuencias de tus actos, sino quien asume las elecciones de la aleatoriedad de la ruleta. Tus pies son demasiado grandes para convertirte en Cenicienta y él carece de corcel para transformarse en príncipe. Tendréis que encontraros mientras vagáis descalzos sobre la arena de esta playa apocalíptica, asolada por el tsunami de vuestra saliva desatada, incontrolable e incontenida, lamiendo carne, sorbiendo sangre. Reventarán vuestros pulmones. Se abrirán vuestras muñecas. Y más vencidos que rendidos, aceptaréis vuestro destino.
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