Fue un agosto memorable por la ausencia de acontecimientos dignos de recordar. 31 calurosos y solitarios días suspendidos entre la convulsión de la revolución de julio y la incertidumbre de un septiembre en reconstrucción. Trataste de prolongar su calma. Te meciste en su silencio apocalíptico. Dejaste que su abrasador aliento secara las lágrimas aún no derramadas. Te desvaneciste en la calima de sus tardes y envolviste en fulares de seda el frescor de las primeras horas de sus mañanas. Rehuiste el contacto de los otros por miedo a que no comprendieran la belleza de una ciudad completamente abandonada a su suerte. Escuchaste la terrenal música de las chicharras. Manchaste tus manos con el alquitrán del derretido asfalto. Reventaste las ampollas que el Sol arrancó a tu piel. Durante algunos minutos descubriste la paz de quien a nada aspira porque tiene todo lo que necesita para ser feliz. Trataste de no pensar en septiembre, pero septiembre llegó sin que pudieras negar su existencia y entidad. Corramos un tupido velo. Nunca te gustó nadar en aguas cenagosas, mucho menos cuando en las orillas hay faunos acechando el baño de las ninfas. Después vendría el ventoso huracán de octubre. También te habría gustado evitarlo, pero era la única manera de llegar a OZ, enfrentarte a sus brujas y conocer a su mago.
1 comentario:
Septiembre llega siempre, con ese regusto melancólico.
Y Oz no siempre es encontrable. Pero hay que seguir avanzando.
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