La mente es una puta que susurra mentiras disfrazadas de verdad, que te incita a morir en lugar de matar, que muerde sin permiso las piezas del puzle de tu columna vertebral. No la escuches. No entres en su juego. Si lo haces, fallecerás víctima del Miedo.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
miércoles, 30 de octubre de 2013
jueves, 24 de octubre de 2013
Djurgården
No es el mayor de todos tus desastres, pero sí el que más duele. Intuías el final de la película, pero no el instante en el que se desvelaría el desenlace. Querías continuar fingiendo que este agua que se desliza por tu cara no son lágrimas de invierno. Las hojas caen, el viento grita y tú lloras abrazada a tus rodillas. Está bien ser tu propio salvavidas, pero te gustaría no ser al mismo tiempo el ancla que te impide alcanzar la superficie. Las ondas del agua hipnotizan tu mirada. Hablan de sirenas y de brujas, de interminables piernas y resbaladizas colas de pez, de príncipes soñados y de sueños principescos, del TODO y la NADA. Son muchas las almas que corren delante de tus ojos, machacando las crujientes huellas del otoño. Tu nariz sorbe las primeras olas del naufragio. El resto fallecerán entre las rocas de esta orilla que custodia el cadáver de la Ausencia.
domingo, 13 de octubre de 2013
Monstruos (II)
Está la nieve. Está el frío. También la sangre. Son imágenes recurrentes que provocan la asfixiante apnea de tu sueño. Desconoces su origen, pero no puedes negar su persistente existencia. ¿Qué diría Freud de todo esto? No es difícil de imaginar. Ante la imposibilidad de cerrar los ojos y negar el desastre, decides explorar los inhóspitos dominios de los monstruos que sonríen a tu espalda, seguros de que acabarás rindiéndote a la evidencia de que, más tarde o más temprano, acabarás despedazada entre sus garras, desangrada sobre la fría nieve boreal, que aún no has visto ni tocado, pero que sepultará tu cuerpo exangüe y congelado.
jueves, 10 de octubre de 2013
Niebla (I)
La niebla puede ser más blanca que la nieve, más densa, más espesa, más consistente, incluso más fría. Lo sé bien. Una vez me vi atrapada en ella. Durante días y noches, durante noches y días, traté de desprenderme de su envolvente abrazo de anaconda. Nunca lo conseguí del todo. Una mínima parte de su blancura helada permanece adherida al tuétano de mis huesos, me hace temblar con 40º a la sombra, impide que mi piel se broncee en el Caribe y nubla mi vista cuando el cielo no está encapotado. Son también estos jirones nebulosos los culpables de mis despertares de madrugada, gritando con desesperación el nombre de Ret Butler, justo igual que Escarlata O'Hara, segura de que habrá un mañana, aunque no se trate de otro día, sino de la eterna y circular repetición de esos errores que provocan arrepentimiento incluso antes de ser cometidos. Estamos abocados al desastre. Tú y yo. Hijos de un Dios mayor, que fulmina con sus rayos a quienes trepan a los árboles para divisar el final del horizonte. Una vez me vi atrapada en una niebla más blanca que la nieve, más densa, más espesa, más consistente, más fría. No fue fácil escapar de su crujido de cristal. Es difícil cerrar los ojos y avanzar a tientas. Hay que aceptar la cruda realidad de que, a veces, nuestros pasos los guía únicamente el azar. No te logré encontrar. Ése es el hielo que me impide respirar, una niebla tentacular que, más tarde o más temprano, me ahogará. Sé que te da igual. Hace tiempo que me convertiste en un recuerdo naufragado en el fondo del mar, devorado por pirañas asesinas y otros peces carroñeros pendientes de clasificar.
martes, 8 de octubre de 2013
Sombras (I)
Hay sombras, sombras encerradas en el armario, golpeando las puertas, pugnando por salir. Algún día se quebrará la madera o saltará el cierre por los aires y, una vez liberadas, te abrazarán hasta asfixiarte.
martes, 1 de octubre de 2013
Abismos (I)
Me asomo al borde del abismo. No quiero precipitarme en él, pero sé que lo haré. Si no salto yo, Él me empujará. Siempre lo hace. Luchar con uñas y dientes, liberar el animal salvaje que duerme dentro de mí. No tiene sentido. Hacerlo implica caer, despeñarme por el precipicio y descubrir que sólo podré conciliar el sueño en su esponjoso fondo. Porque, en contra de lo que todos piensan, no es dura la tierra que ahora yace a mis pies, a muchos metros de distancia. Lo sé. Sé que la caída no me matará; pero, como otros muchos, tengo miedo de abandonarme en los brazos de la ley de la gravedad, confiando en la acientífica limitación de su poder. Caer, caer, caer sin que revienten mis órganos internos, sin que se quiebren mis huesos, sin que se derrame mi sangre. Depositarme suavemente en el lecho de un río que se secó hace siglos. Oler la sal que yace bajo la tierra y sobre mi piel. Morder el miedo. Sumergirme en las llamas de este supuesto infierno para escapar del frío de ese presunto paraíso. Todo lo que está arriba tiene que bajar, pero no todo lo que está abajo tiene necesariamente que subir. Trato de recordar los motivos por los que no quiero acabar allí, pero son más las razones por las que necesito huir de aquí. En realidad, no tiene sentido pensar. No soy yo quien decidirá el momento. Mi destino depende de la dirección en la que sople el viento.
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