Sé que mi lugar no está aquí, que no comparto nada con vosotros, ni siquiera el aire que yo inspiro y que vosotros sólo escupís a la cara de los que os rodean. Quisiera dejar de oír el siseo de los sapos y culebras que reptan por vuestra garganta, pero no puedo y no entiendo cómo lográis seguir viviendo con semejantes alimañas obstruyendo vuestras vías respiratorias y digestivas. Quisiera que os ahogarais en vuestro propio vómito, negro, espeso, infecto, putrefacto, que un bombardeo de Napal os eliminara de la faz de esta tierra de ignorantes decadentes que aún se creen el centro de la Vía Láctea. El sol hace tiempo que no gira en torno a nosotros, pero vosotros os negáis a girar en torno a él, creyendo que, si os paráis, el universo entero dejará de moverse. Callad, callad, malditos, no pronunciéis más palabras virulentas, cerrad vuestras bocas de cobardes y dejad que la verdad, andrajosa y herida, se abra paso entre las zarzas de la mentira. Vuestros murmullos sibilinos no conseguirán aniquilar la luz de lo que es cierto. Su exangüe llama permanecerá encendida hasta que el vivificador aliento de las generaciones venideras sirva de fuelle a sus designios. Pero hoy me duele la certeza de que no contemplaré su triunfo y quisiera clavar mis uñas en vuestros rostros demudados, comprobar si la sangre fluye tras vuestras máscaras de payasos y fantoches, arrancar las cataratas que ahora nublan vuestros ojos divergentes. Tal vez mañana descorra el telón que oculta al que pretende ser Gran Mago de Oz. Ahora estoy cansada y también yo cierro los ojos, tratando de comprender la nada que os circunda.
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