domingo, 13 de abril de 2014

Tu sangre

Aunque no sea yo quien te regaló la vida, la sangre que corre por tus venas me pertenece. Hace tiempo te abriste las muñecas y me la ofreciste. Yo la acepté, la bebí, me sumergí en tus vasos sanguíneos, entré a formar parte de ti, me hice amiga de tus glóbulos rojos y aniquilé a todos los virus que amenazaban con envenenar tu fluido vital. Te purifiqué y te curé antes de que volvieras a rasgar tus muñecas, tratando de expulsarme de ti. Me lanzaste a la nada y contemplaste cómo me asfixiaba sin transportar el oxígeno que nutre tus células. Pero hallé la manera de sobrevivir hasta el día en que tuviera la oportunidad de volver a penetrar en ti. Me licué, transformándome en tinta china de color azul. Dibujé palabras sobre los folios de tu escritorio y esperé pacientemente a que tropezaras con mi trampa. La cita no tardó en llegar. Tú recogías la mesa y yo recitaba los versos sin sentido en que me había convertido. Por un instante, capté tu atención y me leíste por encima, antes de rasgarme en mil pedazos y tirar el confeti resultante a la papelera donde yacen todos tus desechos. Pero para entonces ya había conseguido mi objetivo. El afilado borde de mi lengua de papel rasgó tu carne de metal, abriéndome la puerta para conquistar lo que protegían tus murallas. Te escocí, pero esta vez no te diste cuenta de que volvía a sumergirme en tus arterias, envenenando poco a poco y en silencio aquello que una vez purifiqué. Aunque no sea yo quien te regaló la vida, la sangre que corre por tus venas me pertenece y sólo yo decidiré cuándo deja de fluir.

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