Yo sueño con marcharme. Tú sueñas con volver. Los días pasan. Nada ocurre. Nuestras existencias permanecen inmutablemente insoportables o insoportablemente inmutables (el orden de los factores, a veces, sí altera el producto). Sólo nuestras mentes vuelan, mientras nuestros cuerpos permanecen anclados a suelos indeseados e indeseables. Quema el asfalto bajo la planta de los pies. Duele la tierra que no se siente como propia, aunque así se suponga que lo sea. De niños jugábamos a ser pájaros. Ahora no somos más que aves heridas que utilizan sus alas quebradas como excusa para no continuar a pie el camino que emprendimos al caer del nido. Ninguno de los dos cumpliremos lo que nos prometimos a nosotros mismos, porque somos adictos a la insatisfacción que provoca la derrota autoinfligida. Pero aún mantengo viva la esperanza de que un día nuestros sueños sean más fuertes que nuestra voluntad. Yo me iré y tú vendrás y ambos seguiremos añorando lo que no tenemos, tú a mí y yo a ti, mientras contemplamos un paisaje que ya no nos resultará extraño. Moriremos solos, pero el lugar ya no será el equivocado. O quizá sí. El piar de los pájaros siempre es el mismo.
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