Voy a quedarme quieta, suspendida en el medio de la nada, tan muerta de miedo, que mis rodillas no se atrevan a temblar. Voy a cerrar los ojos, a rezar a todos los dioses que conozco, a prometer miles de velas a los santos de mi infancia. Voy a cruzar los dedos, a creer que, en esta ocasión, puedo tener suerte, a ignorar que la estadística nunca ha estado de mi parte. Voy a negociar un armisticio con el viento, para evitar que sus arbitrarios suspiros puedan balancearme hasta romper el equilibrio, porque esta vez no quiero caer en el abismo, ni nadar en arenas movedizas, tampoco flotar en aguas pantanosas. Sólo quiero convertirme en una estatua sin pedestal, que mi cuerpo de mármol desafíe las leyes de la gravedad, flotando como una pluma despuntada, arrojada a través de la ventana por un escritor enfurecido. Pero sólo soy barro entre tus manos y cenizas y sangre coagulada. Una ráfaga de aire reparte mis miserias entre los cuatro puntos cardinales y dejas que me escurra hasta tus pies y que obstruya tus arterias y yo, incapaz de volver a alcanzar el abrigo de tu boca, arrastro mis lágrimas sobre el asfalto y entierro mis lamentos a dos metros bajo tierra. Se derritió toda la cera de mis alas y al chasquear tu lengua comenzó el incendio que abrasó mi huida. Voy a quedarme quieta, completamente inmóvil, hasta que tus zapatos decidan dejar de caminar en círculos. Voy a quedarme quieta, también callada, porque no hay movimiento ni palabra que puedan volver a acercarme a tu mirada. Siempre serás un paso que no llegó a posarse sobre el suelo y yo un te quiero atascado en tu garganta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario