Ella carece de nombre, porque su nombre se derritió al comenzar agosto, igual que un helado que no es devorado con la suficiente avidez, como los hielos que tintinean en tu vaso de whisky on the rocks. Su vida es un desierto de piedras calientes que masajean la espalda equivocada. Hay arena entre las grietas de su piel cuarteada y polvo que hace estornudar a sus pestañas. El sol refractado en los cristales de sus gafas incendia las páginas de los libros que aún no ha tenido tiempo de leer, provocando hogueras que sus lágrimas no logran extinguir. Las gaviotas planean sobre una playa plagada de gambas a medio cocer. Ella también hierve, por más que permanezca al abrigo de la sombra del destino.
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