Los campos agostados. La hierba herida. El sol calcinando cualquier posibilidad de huida. Sus pies conocen el camino, pero su cerebro se niega a dar los pasos. La arena del arcén pesa como plomo en sus zapatos, convirtiéndola en una sudorosa estatua de granito. Quisiera volar muy lejos de sí misma, pero nunca ha conseguido despegarse de su sombra. Se agrietan las heridas incendiadas por rumores vomitados por el viento. Son sólo voces, fantasmas que arrastran cadenas más pesadas que las suyas, murmullos y mentiras aderezadas con una pizca de verdad. Morder el aire hace tiempo que dejó de alimentarla, pero necesita masticar algo bien distinto de su carne, llenarse la boca de su ausencia y aceptar que NADA, a veces, significa ALGO.
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