Tu veneno en mi piel, multiplicando la sed, crucificando mi sombra en la pared, agujereando tu nombre en mi sien, hasta horadar la parte más externa de mi córtex cerebral. No existen pastillas que bloqueen del todo tu recuerdo, ni jabón que te desprenda de los contornos de mi cuerpo. Mis uñas continúan arañando la puerta que dejaste entreabierta, el esmalte desgastado, los dedos llenos de astillas; pero ambos sabemos que ninguno de los dos traspasaremos el umbral que ahora nos separa. A veces quisiera volver atrás, construir una muralla que proteja nuestro castillo de naipes de cualquier iracunda ráfaga de viento. Quizá sea mejor mirar hacia delante, soltar el lastre del pasado y correr ligera hacia el futuro, pero el nudo es demasiado fuerte para ser deshecho, también para ser cortado. Cada vez que tratamos de desatarnos, nos estrangula un poco más la cuerda. Mis ojos insomnes, cuna del terror a lo desconocido, sólo se cierran cuando son envueltos por la camisa de fuerza de tus manos. Un búho ulula al otro lado de la ventana del manicomio. Tú aúllas todas tus heridas. Nuestros miedos son arañas que corren asustadas para no morir aplastadas por un periódico homicida.
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