No quiero que me encuentres. Prefiero permanecer oculta y encriptada, ilegible soneto emborronado, arcaico jeroglífico indescifrado. Pero te acercas de puntillas por la espalda y estudias en silencio los lunares espolvoreados en torno a mi columna vertebral, hasta descubrir todas las constelaciones impresas sobre mi piel. Y, una vez localizada la estrella polar que conduce hasta mi ombligo, buceas en la laguna Estigia que custodia la isla de mi alma. Y emerges en busca del aire que no hallarás en mis pulmones. Y absorbes el oxígeno suspendido en mis suspiros. Y ahogas mis ansias de escapar. Y encadenas mi tobillo a tus costillas. Y estrangulas mis muñecas con tus dedos. El viento siembra mis secretos y tus miedos en campos roturados con dolor. Sólo sus mentiras florecerán entre las ortigas, pero puede que nuestras verdades marchiten las raíces del engaño o que el filo de nuestras lenguas acidifique la tierra del cementerio en el que se pudren todos los sueños abortados por una masa tan estéril como esterilizada. Yo sólo quiero ser contaminada por microbios sin cura ni vacuna, arañar la cara de la muerte y comprobar que no es tan grave que las lágrimas empañen la puesta de sol de nuestras vidas. Todos somos vencedores y vencidos, por más que tratemos de negar el holocausto.
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