Cae la tarde y yo con ella, como un cometa herido por el rayo, fragmentado en mil partículas de luz que se extinguirán antes de rozar el suelo. Puñales de lluvia golpean el cristal de la ventana de mi cuarto. Las sombras me tienden una emboscada, me despojan de todas mis pertenencias, dejándome tirada sobre un lecho de mármol, desnuda y aterida de frío, herida en lo más profundo de mi ser. Truenos. Truenos y centellas depositan un sabor eléctrico en la punta de mi lengua. Yo ya no quiero seguir luchando. Yo ya no quiero seguir llorando. Yo ya no quiero seguir gritando. El eco de las enfurecidas nubes retumba en el centro de mi pecho, mientras se aleja poco a poco la ira de este cielo apocalíptico. Me arrastro a tientas hasta alcanzar el abrigo de la alfombra del salón, pero las chimeneas no se encienden solas. Necesito solidificar las dudas, que se evapore el agua, cincelando todas las estatuas de esta galería de fantasmas, que hasta el miedo adquiera forma. Pero las lágrimas continúan suicidándose a través de las goteras del techo y el moho trepa por las paredes de mis costados, toda mi vida convertida en charco. Colin y Chloé ondulan en la superficie, pero nuestro amor sólo es la espuma del vómito de un perro rabioso.
2 comentarios:
Yo me encuentro ahora mismo bajo la tormenta. Otra tormenta. Pero un abandono parecido. Pondré algo de jazz de Vian, a ver si se me secan los tuétanos.
Un texto brutal.
Nadie que haya entrado en contacto con Vian podrá volver a sentirse seco.
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