Hoy me he dado cuenta. No sé por qué. Estaba con él, tan real como ficticio, mi cabeza llena de ideas que no alcanzo a comprender y, de repente, lo supe, bastarda certeza que ilumina la mullida tiniebla. La verdad nunca conforta, pero no sé acunarme en las mentiras. Cierro los ojos y bailo un vals con mis fantasmas. No identifico la música, pero el piano me resulta cercanamente conocido. Echo de menos el miriñaque y el corsé, mi asmático talle palpitando entre tus brazos, promesas imposibles de cumplir, titilantes como las llamas de las velas que ahora queman nuestros párpados de lluvia. Y abro los ojos y no te encuentro, mis pies girando incandescentes en el borde de un nuevo precipicio que no me atreveré a saltar sin red. Y te busco, por más que sepa que nunca terminaré de encontrarte, aunque por fin haya dado contigo. Y me pierdo, serpenteante cinta que nadie se acuerda de anudar en torno a la cintura. Y me quiebro, sin que tú comprendas el irónico vaivén de mis mareas. Detén este oleaje de palabras náufragas de historia. No quiero seguir nadando si la orilla ya no existe. Y, sin embargo, me leo en cada anhelante pálpito de tus esquivas pupilas interrogantes. Lo siento, por más que lo intentase, no podría responder a ninguna de tus preguntas. Si supiera de qué hablo cuando escribo sobre ti no me desnudaría a cada metáfora tras la que trato en vano de ocultarme.
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