Moriré sin que me beses, sin haberte pedido siquiera que lo hagas y estará bien, porque tú y yo sólo pudimos ser producto de las lágrimas del martes más negro de la tierra. El amor no debería crecer sobre una tumba ni el olvido resistirse a la guadaña del tiempo que devora nuestros días. Camina tranquilo, que ya no seguiré ninguno de tus pasos. El terremoto sólo consiguió agrietar algunas de las lápidas, pero no hace falta soltar aquello que nunca se ha cogido. Sopla el viento de un noviembre que se resiste a dar la cara. Gotea la sangre de mis puños, cansados de golpear a este octubre homicida que apuñala por la espalda. Yo me quedo. Tú te vas. Conocer el final sólo hace que duela un poco más.
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