Era un día extraño, preñado de melancolías epilépticas. No te echaba de menos a ti, sino a quien yo era estando contigo. O, quizá, no fuera así. Tal vez te extrañaba un poco, a ti o a la ficción que había creado en torno a tu recuerdo. Amenazaba lluvia, pero el cielo no se decidía a comenzar a escupir sus reproches sobre nosotros. La ansiedad fue humedeciendo mis contornos hasta desdibujar mis límites. Había tantas cosas que nunca me atrevería a confesarte... Palabras que intenté tragarme y ahogar en los jugos gástricos de mi estómago, pero que, aún hoy, permanecen suspendidas de mis cuerdas vocales, inmunes a la fatiga y al desaliento, empeñadas en sobrevivir al holocausto. Tal vez lo consigan y sea a ti y no a mí a quien exterminen. El tiempo transcurría a trompicones, igual que el pasado que martilleaba entre mis sienes. Yo tampoco quería rendirme, pero la verdad era un río de vómito que trepaba, desbocado, mi garganta. El silencio me escocía entre los labios, mientras regurgitaba las excusas que me incitaban a permanecer callada (la mentira es la coraza que nos protege de la locura). Quería gritar, hendir el aire de quejidos viscerales, acuchillar todas y cada una de nuestras imposibilidades. Pero continué muda, sarcófago de secretos, ánfora de llanto. Y levanté la vista, pero las nubes siguieron sin desgarrar su furia sobre mí. Algunos relámpagos no despiden luz.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
lunes, 23 de septiembre de 2019
jueves, 12 de septiembre de 2019
martes, 3 de septiembre de 2019
Neguri (VI)
Puedo mentirme, decir que no recuerdo la luz de tu risa (tampoco el calor de tus lágrimas bañando mi cuello). Puedo juzgarte, llamarte cobarde, calificarte con mil y un adjetivos que cuestionen tu honor. Puedo fingirme libre del eco del abrigo de tus brazos, extranjera en la meseta de tu pecho, peregrina que jamás se ha dirigido hacia la cruz de tu esternón. Puedo culparte, depositar en tus hombros un nuevo fardo de responsabilidad que no te corresponde, condenarte por todos los pecados que me han conducido hasta este infierno. Puedo tratar de ocultar la lluvia de abril tras un par de flamantes gafas de sol, pero las gotas continuarán repicando tras los cristales, llamando a difunto, reblandeciendo la tierra del cementerio. Puedo acusarte de crímenes de lesa humanidad, de genocidio en masa y actos terroristas perpetrados con nocturnidad y alevosía, pero ¿cómo calcular el número de víctimas cuando las mismas no han sido aún engendradas? O, tal vez, podría enfrentarme al espejo, mirarme a los ojos y reconocer la ausencia de amnesia, la nitidez con la que continúo visualizando todas y cada una de las escenas que protagonizamos juntos, la felicidad y el dolor, la herida aún en combustión. También podría llamarte, verbalizar el error del amor y la inverosimilitud del olvido, el aguijoneante deseo que aún escuece bajo la piel. O, quizá, lo único que necesitemos sea otorgarnos el perdón, porque ambos fuimos coautores del crimen, del puto homicidio por omisión y, aun así, ¿habríamos podido sobrevivir a las consecuencias de la acción? Y recorremos los mismos lugares en momentos tan distintos como inciertos. Y dejamos que el viento agite los silencios y que el tiempo horade la roca del orgullo, pero la erosión es siempre demasiado lenta y el corazón enervantemente proclive a fallecer por falta de oxígeno. Todo se reduce siempre a lo mismo: hace frío y tú no estás.
domingo, 1 de septiembre de 2019
Ni Romeo ni Julieta
Rota de amor, despellejada viva, palpitante pedazo de carne latiendo entre tus manos. Cuerpo dormido, exhausto de deseo, pacífico cadáver pasajero. Entiérrame en el ataúd de tu caja torácica. Respírame. Tatúa mi olor en tu pituitaria. Luego, escúpeme y amortaja mis restos entre tus sábanas. Detén este nuevo amanecer. Ahorquemos al gallo y a la alondra después. Convirtamos esta habitación en un eterno eclipse de sol (y de luna también). Estoy harta de mendigarte entre la luz, de buscarte tras la niebla del día devastador. Arde tu aliento en mis senos, hierve tu sudor en mi piel, escuece tu saliva en las grietas de mis labios. Y te escribo para recordarte cuando pierda la razón. Y te lloro al darme cuenta de que hace tiempo que dejaste de existir. Y te invento, ahora que tu espectro se desdibuja entre mis dedos. El pasado es un tumor maligno obturando la garganta y yo el doctor que decide no operar.
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