Nunca ha entendido por qué se enamoró de Óscar. Él es guapo, inteligente, gracioso y popular y ella no es más que una chica más bien feúcha, con un cociente intelectual medio-bajo, carente de cualquier tipo de gracia innata y francamente impopular. Mientras él destaca en cualquier cosa que emprenda, ella es siempre una más de la anodina masa, una chica que siempre pasa desapercibida por más que se proponga firmemente lo contrario, alguien en quien Óscar no se fijaría jamás de los jamases. Ella lo sabe y por eso nunca abrigó ningún tipo de esperanza al respecto. Cuatro años antes no lo conocía más que de vista, así que tampoco podía amarlo; pues es difícil, por no decir prácticamente imposible, enamorarte de quien no conoces, por más que los poetas se empeñen en afirmar lo contrario. Sólo se sentía fuertemente atraída por él, como le ocurría al 99% de la población femenina.
No hace falta decir que, como todos los hombres de este tipo, Óscar era un mujeriego de padre y muy señor mío, un nuevo don Juan al que le faltaban dedos de las manos para contar sus conquistas mensuales, un conquistador nato que nunca encontraba la más mínima resistencia hasta que lo intentó con Patricia. Patricia era la mejor amiga de Martina. Tampoco se trataba de una chica especialmente guapa, pero sabía sacarse bastante partido y resultar medianamente atractiva, aunque la materia prima no fuera nada del otro mundo. Sea por ese atractivo indefinido e indefinible de Patricia o porque el campo de las chicas por explorar de Óscar comenzaba a reducirse ostensiblemente, en una visita de la clase al Museo del Prado, Óscar comenzó a tirarle los trastos a Patricia. Ella, más interesada en los cuadros de El Greco que en convertirse en otra muesca más en el cinturón de conquistas de Óscar, pasó olímpicamente de él y se centró en las maravillosas obras de arte que la rodeaban. Molesto por esta sorprendente y totalmente inesperada primera resistencia, Óscar continuó insistiendo hasta que Patricia, sumamente molesta, no dudó en mandarle claramente a la mierda delante de la mayor parte de sus amigos.
Cualquier otro chico con una autoestima ligeramente baja habría aprendido la lección y modificado rápidamente su objetivo; pero Óscar, sobradamente seguro de sí mismo, optó por redoblar sus esfuerzos conquistadores. Todo lo intentó en las siguientes semanas, pero sólo consiguió cabrear aún más a Patricia e incrementar su rechazo inicial. Martina asistía atónita al desarrollo de los acontecimientos y no entendía por qué Patricia no mostraba ni el más mínimo interés en el que, para ella, era el hombre perfecto.
1 comentario:
Hoy no puedo dejar de escuchar monochrome, de Yann Tiersen. me está poniendo de buen humor, me parece una musiquilla alegre.
Pd: Waiting for the fort part ;)
Publicar un comentario