Sentada en el escalón de la entrada de un edificio cualquiera de una de las calles más céntricas de Londres, Martina, repentinamente, se da cuenta de que los dos años y medio que duró la farsa de su relación con Óscar equivalen a 913 días y se ríe ante la estúpida idea de que hoy es el aniversario de su desgracia. Quizá nunca sonría como lo hacía cuando estaba con Óscar, pero ahora existe una pequeña posibilidad de que pueda volver a ser feliz. Hoy ha despertado de su letargo. Hoy ha decidido desprenderse de su tristeza. Aunque aún necesita hacer una última cosa si quiere mirar hacia delante y volver a vivir su vida. Por eso se levanta y camina a paso ligero hasta su residencia.
En la acera de enfrente, a pesar de la distancia, Sergio percibe la risa de Martina y ahora sabe con certeza que algo ha cambiado en ella. Sus ojos comienzan a brillar y su rostro se ilumina con la seguridad del que sabe lo que tiene que hacer y quiere hacerlo sin demora. Aún así no deja de sorprenderle la rapidez y la decisión con las que se levanta del escalón en el que ha estado posada más de tres horas, como también se asombra de la velocidad a la que camina. Le cuesta seguirla. Demasiada gente en la calle, demasiados obstáculos que esquivar, demasiados semáforos y demasiados coches que impiden ignorar el peatón rojo. Está casi seguro de que va a la residencia, pero no tiene una certeza absoluta y no puede perderla. Desgraciadamente, termina haciéndolo y no llega a tiempo de confirmar que Martina entra en la residencia, aunque ve cómo vuelve a salir de la misma con algo entre las manos. Ahora sí que tendrá que esforzarse para que no le dé esquinazo, porque ver a Martina en la calle a estas horas resulta una completa y absoluta novedad. No entiende cómo la tortuga que era antes se ha convertido en la gacela que tiene delante y se ve obligado a poner toda la carne en el asador para que Martina no escape en ningún momento de su campo visual.
Por fin, Martina se detiene en medio de un puente sobre el Támesis y, sin pensárselo dos veces, arroja al río gris unas cuantas cartas entrelazadas con una cinta roja. Y contempla mansamente cómo el agua empapa y ahoga todas esas palabras de reproche que se quedó con las ganas de gritarle a Óscar a la cara, pero que ni siquiera se atrevió a enviarle por escrito.
Sergio no sabe lo que está pasando, pero intuye que, si en una de las clases del lunes le hace una pregunta a Martina, ésta le contestará con algo más que un monosílabo, como ha hecho hasta el momento. Inspira una gran bocanada de aire para recuperar el resuello y, por primera vez, se alegra de haber hecho caso a sus padres y haber optado por hacer un curso de inglés de tres meses en la capital inglesa antes de cumplir su sueño de recorrer EEUU en coche. Sigue pensando que para circular por las carreteras secundarias de toda Norteamérica y visitar los pueblos más pintorescos del camino no es imprescindible ser bilingüe, pero no quiere calcular las ínfimas probabilidades que habría tenido de conocer a Martina sin haber venido a Londres este verano.
A Martina le gustaría borrar a Óscar de su existencia, pero no se da cuenta de que, sin todo su sufrimiento pasado, hoy estaría tostándose alegremente al sol de las playas de Gandía, en lugar de en mitad de un puente de Londres, a punto de que el hombre de su vida reúna el valor que necesita para invitarla a tomar algo esa misma noche. Cualquier otro día, Martina habría rechazado su oferta, pero hoy se siente extrañamente bien, liberada ya de todos sus miedos y dudas. Es viernes 13 y un gato negro la miró con ojos amenazantes y sonrisa diabólica esta mañana y ella está a punto de tener la mala suerte de decirle que sí a su alma gemela. 913 días después seguirán juntos y Sergio le pedirá a Martina que se case con él y ella comprenderá que fue bueno no poder borrar los 913 días que pasó engañada al lado de Óscar. Supongo que el mundo es así de paradójico e irónico. Y que la vida da más vueltas que el London Eye, donde Sergio y Martina se dieron su primer beso unas horas más tarde ese viernes 13 de septiembre.
1 comentario:
Me ha encantado, sí, bonito final. Agridulce.
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