domingo, 4 de abril de 2010

Juan

Juan siempre quiso tocar la trompeta, pero sus padres prefirieron comprarle un tambor. Enfadado con el mundo y maldiciendo a sus dictatoriales progenitores, Juan empleó toda la tarde del Jueves Santo y la mañana del Viernes en aporrear sin ton ni son el instrumento no deseado hasta que, por fin, logró romper su tensa y blanca superficie. Aquel agujero creado por sus incesantes e iracundos golpes lo fascinó como nada hasta entonces lo había hecho y no tardó mucho en decidir que quería seguir asesinando tambores a ritmo de baquetas furibundas. Muchas fueron las víctimas de su rabia reprimida. Innumerables tambores de juguete fallecieron sin rechistar y otros muchos de verdad sucumbieron sin protestar cuando Juan entró a formar parte de la banda municipal. Todos ponderaron siempre sus habilidades tamboriles y nadie sospechó nunca que cada apasionado redoble trataba de aplastar al virtuoso trompetista de jazz aprisionado en el pecho de Juan.

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