Conforme pasaban los días, las calabazas de Patricia resultaban más y más hirientes y el amor propio de Óscar comenzaba a resquebrajarse sin darse cuenta. Por eso se le quedó cara de tonto y un nudo en la garganta el día en que ella, más cabreada que nunca, le dijo que prefería acabar con el mismísimo jorobado de Notre Dame antes que liarse con un creído egocéntrico como él. La cara de Óscar, inmovilizado en mitad de una acera cercana a la casa de Patricia era un auténtico poema y Martina no pudo evitar quedarse unos minutos junto a él para intentar consolarlo. No sabía muy bien qué decir, así que se limitó a apretarle cariñosamente el brazo y sonreírle de manera cálida para tratar de infundirle algún tipo de ánimo. Ese pequeño gesto terminó de derrumbar las defensas de Óscar, que se deshizo en un mar de lágrimas antes de que Martina pudiera hacer nada por impedirlo. Abrazado a ella, como un náufrago se abraza a su tabla de salvación, comenzó a verbalizar poco a poco su pena y a contarle todos sus problemas a Martina, con la que, hasta ese momento, no había cruzado ni una sola palabra.
Así fue como Martina se enteró de que si Óscar no salía más de dos días con la misma chica era porque tenía un miedo cerval a enamorarse. No quería cometer el mismo error que su padre, enamorado hasta las trancas de su madre, que le ponía los cuernos con varios tíos a la vez, hasta que decidió fugarse con uno de ellos, abandonándolos a ambos. No es que a él le gustara haber carecido de figura materna desde los seis años, pero tenía que reconocer que la suya nunca actuó como una verdadera madre; así que, por más que lo intentara, no podía terminar de echarla de menos. El problema es que, desde que ella se fue, su padre se había convertido en una sombra de sí mismo, un ser triste y gris que se arrastraba de casa al trabajo y del trabajo a casa sin que nadie supiera si sentía o pensaba algo más de lo que es capaz de sentir o pensar un robot. Y eso le dolía. Le dolía horrores ver cómo su padre se marchitaba poco a poco sin saber muy bien qué hacer o qué decir para devolverle las ganas de vivir. No, él no acabaría como su progenitor. Prefería ser un cabrón que un cornudo abandonado. Pero, sin darse cuenta, se había enamorado de Patricia. No lo entendía, pero era así y no sabía si le dolía más que ella lo odiara de esa manera o que él hubiera caído finalmente en las redes de Cupido.
De esto y de mucho más hablaron Óscar y Martina en aquella acera, en la cafetería a la que fueron posteriormente y en las cafeterías en las que quedaron las siguientes tardes. A Óscar le resultaba fácil desnudar su alma ante la comprensiva y amable Martina y Martina se sentía especial habiendo sido elegida por Óscar para contarle sus penas. Así fue como se hicieron amigos poco a poco, sin prisa pero sin pausa, sin comerlo ni beberlo. Hasta que, un buen día, Martina se dio cuenta de que lo que sentía por Óscar era algo más que una atracción física aderezada de una cada vez más profunda amistad. En algún momento indeterminado se había enamorado loca e irremediablemente de él. Daba igual que ella supiera que él seguía bebiendo los vientos por Patricia y que ella no tenía ninguna posibilidad con él, no podía cambiar lo que sentía. Aunque eso no le impidió ayudar a Óscar a conquistar a Patricia. Él estaba enamorado de ella y Martina quería que él fuera feliz.
2 comentarios:
Pero entonces resualta que..
Claro, empieza el buen tiempo y ya no escribes tanto, no? Pues nada, a aprovechar las terracitas!
Escribo, pero no transcribo, que no es lo mismo. De todas formas, la culpa no la tiene el buen tiempo, sino diversos compromisos sociales y actividades varias, además del trabajo.
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