La mañana del 6 de enero amaneció soleada y alegre. Sandra abrió con desgana sus regalos y no mostró ninguna alegría al descubrir que los Reyes le habían traído todo lo que había pedido: la casa de la Barbie, el DVD de “Toy Story 3”, la colonia de Hanna Montana.
- ¡Vaya! ¡Te han traído todo lo que querías! Debes de haber sido una niña muy buena este año, cariño- gorjeó alegre su madre, mientras Sandra miraba el despejado cielo y pensaba todo lo contrario.
Los primeros copos no cayeron hasta después de comer, cuando Sandra y sus padres ya estaban llegando al hospital para visitar, un día más, a su moribunda abuela. Todo ocurrió en cuestión de segundos. El cielo se encapotó y la nieve comenzó a caer tímidamente, al principio, y obstinadamente, después. Dos enormes lágrimas de felicidad completa y absoluta se escaparon de los ojos de Sandra, que, nada más llegar junto a su abuela, le susurró al oído: “Mira por la ventana. ¿Te gusta el regalo que te han traído los Reyes Magos? Has debido ser una niña muy buena este año”. La abuela de Sandra volvió la vista hacia la ventana y una gigantesca sonrisa iluminó su anciano rostro.
Esa noche, después de terminar la nevada, el cielo volvió a cuajarse de estrellas.
FIN
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
viernes, 31 de diciembre de 2010
jueves, 30 de diciembre de 2010
Estrellas IV
Un rato más tarde, al despedirse, la abuela de Sandra le susurró al oído unas rápidas palabras que su nieta jamás podría olvidar: “Tranquila. No me iré muy lejos. ¿Nunca has tenido la sensación de que puedes tocar el cielo con la punta de tus dedos?”
Fue unos minutos después, al alzar los ojos para evitar que las lágrimas mojaran sus mejillas, cuando Sandra comenzó a intuir el auténtico significado de las palabras de su abuela. Las estrellas no sólo eran hermosas, sino también acogedoras y esperanzadoras. Era tan fácil creer que todo iría bien después de contemplarlas durante unos segundos… Eran como pequeños y brillantes copos de nieve suspendidos en mitad del firmamento.
Entonces lo comprendió todo. Había vuelto a equivocarse de regalo de Reyes y no tenía mucho tiempo para escribir y enviar una tercera carta, así que cerró con fuerza los ojos y pidió un deseo, el más importante de su vida.
Fue unos minutos después, al alzar los ojos para evitar que las lágrimas mojaran sus mejillas, cuando Sandra comenzó a intuir el auténtico significado de las palabras de su abuela. Las estrellas no sólo eran hermosas, sino también acogedoras y esperanzadoras. Era tan fácil creer que todo iría bien después de contemplarlas durante unos segundos… Eran como pequeños y brillantes copos de nieve suspendidos en mitad del firmamento.
Entonces lo comprendió todo. Había vuelto a equivocarse de regalo de Reyes y no tenía mucho tiempo para escribir y enviar una tercera carta, así que cerró con fuerza los ojos y pidió un deseo, el más importante de su vida.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Estrellas III
Llegó el día siguiente y, como todas las tardes de las últimas dos semanas, Sandra y su madre fueron al hospital. Sandra odiaba el hospital, no sólo porque oliera raro, fuera feo y estuviera lleno de agujas, sino porque era el lugar en el que iba a morir su abuelita, aunque siguiera sin saber muy bien lo que eso significaba. No obstante, ir allí era la única forma de verla y verla era mejor que no verla.
La tarde comenzó como siempre: su madre preguntándole a su abuela por su estado físico y anímico, su madre criticando a los ineptos de los médicos y a las inútiles de las enfermeras, su madre poniéndola al día de las últimas novedades familiares y de las más recientes noticias nacionales e internacionales… Sandra se aburría soberanamente, pero era divertido ver cómo su abuela hacía muecas burlándose del insufrible parloteo de la madre de Sandra en cuanto ésta miraba un instante hacia otro lado. De repente, la anciana moribunda interrumpió a su hija y le exigió que fuera al quiosco más cercano a comprarle el “Hola”. La madre de Sandra comenzó a protestar, pero desistió ante el chantaje psicológico de “¿Es que no quieres cumplir uno de los últimos deseos de tu madre?”
Una vez solas, la abuela de Sandra no perdió el tiempo y fue directa al grano:
- Tu madre ya te ha explicado que me muero, ¿verdad?
- Sí- contestó una compungida Sandra.
- ¿Y sabes lo que eso significa?
- Que estás malita y que en cualquier momento te irás al cielo y ya no te veré más.
- Sí. Algo así. Lo que parece que nadie te ha explicado es que no debes estar triste.
- Pero yo no quiero que te vayas a ningún sitio.
- ¿Por qué?
- Porque te necesito.
- Te equivocas. Tú no me necesitas. Soy una anciana de 86 años. Ya nadie me necesita.
- ¡No es cierto, abuela! ¡Yo te necesito! ¡Te quiero! ¡Te quiero y te necesito! ¡No te vayas, por favor!
- Sé que me quieres, preciosa, pero estoy cansada, muy cansada y necesito dormir. Lo que pasa es que ya no me basta con dormir una noche. Necesito cerrar los ojos y no volverlos a abrir, separarme de este cuerpo lleno de achaques y dolores y flotar etérea en la ingravidez de la eternidad.
- No entiendo nada de lo que dices, abuela.
- Lo sé cariño. Yo tampoco lo entiendo; pero, en realidad, es muy sencillo. He tenido una vida larga y feliz. A los 23 años me enamoré de tu abuelo y tres años después me casé con él. Tuvimos a tu madre, la criamos, la vimos crecer y enamorarse a su vez, la vimos casarse y tenerte a ti. Poco después, tu abuelo enfermó. Él también estaba cansado y dolorido y un día decidió cerrar los ojos y no abrirlos más. Yo me enfadé con él. Me pareció muy egoísta que me abandonara de aquella forma y mucho más egoísta aún que también os abandonara a ti y a tu madre. Sí, lo odié con todas mis fuerzas, pero entonces llegó nuestro aniversario de bodas. Yo estaba tan triste que no quería levantarme de la cama. Lloraba y lloraba y volvía a llorar, hasta que tu madre entró corriendo en mi cuarto y gritó que estaba nevando. Casi nunca nieva en Madrid y mucho menos en pleno mes de marzo, pero ese día nevaba. ¿Sabes? El primer beso de tu abuelo me lo dio una noche en que nevaba. ¿No te parece demasiada coincidencia que nevara justo en nuestro aniversario de bodas? Yo creo que fue su regalo, su manera de decirme que, en realidad, nunca me había abandonado, que su espíritu seguía a mi lado, cuidando de mí, cuidando de vosotras. ¿Sabes? Me gustaría volver a ver la nieve antes de marcharme. Me ayudaría a llegar hasta él. En fin, estoy divagando y no tenemos mucho tiempo antes de que tu madre vuelva y siga cotorreando cosas que ni a ti ni a mí nos interesan lo más mínimo. Sólo quiero pedirte perdón.
- ¿Por morir?
- No, por morir no. Todos tenemos que morir tarde o temprano, pero sí que te pido perdón por morir en Navidad. No es justo que, en lugar de estar preocupada por lo que te van a traer los Reyes estés preocupada por mí. Sí, necesito que me perdones por ponerme enferma en estos días y por no saber si sobreviviré a las fiestas.
Sin dejar que la conversación terminara de terminar, la madre de Sandra entró en la habitación blandiendo el “Hola” con aire triunfal.
La tarde comenzó como siempre: su madre preguntándole a su abuela por su estado físico y anímico, su madre criticando a los ineptos de los médicos y a las inútiles de las enfermeras, su madre poniéndola al día de las últimas novedades familiares y de las más recientes noticias nacionales e internacionales… Sandra se aburría soberanamente, pero era divertido ver cómo su abuela hacía muecas burlándose del insufrible parloteo de la madre de Sandra en cuanto ésta miraba un instante hacia otro lado. De repente, la anciana moribunda interrumpió a su hija y le exigió que fuera al quiosco más cercano a comprarle el “Hola”. La madre de Sandra comenzó a protestar, pero desistió ante el chantaje psicológico de “¿Es que no quieres cumplir uno de los últimos deseos de tu madre?”
Una vez solas, la abuela de Sandra no perdió el tiempo y fue directa al grano:
- Tu madre ya te ha explicado que me muero, ¿verdad?
- Sí- contestó una compungida Sandra.
- ¿Y sabes lo que eso significa?
- Que estás malita y que en cualquier momento te irás al cielo y ya no te veré más.
- Sí. Algo así. Lo que parece que nadie te ha explicado es que no debes estar triste.
- Pero yo no quiero que te vayas a ningún sitio.
- ¿Por qué?
- Porque te necesito.
- Te equivocas. Tú no me necesitas. Soy una anciana de 86 años. Ya nadie me necesita.
- ¡No es cierto, abuela! ¡Yo te necesito! ¡Te quiero! ¡Te quiero y te necesito! ¡No te vayas, por favor!
- Sé que me quieres, preciosa, pero estoy cansada, muy cansada y necesito dormir. Lo que pasa es que ya no me basta con dormir una noche. Necesito cerrar los ojos y no volverlos a abrir, separarme de este cuerpo lleno de achaques y dolores y flotar etérea en la ingravidez de la eternidad.
- No entiendo nada de lo que dices, abuela.
- Lo sé cariño. Yo tampoco lo entiendo; pero, en realidad, es muy sencillo. He tenido una vida larga y feliz. A los 23 años me enamoré de tu abuelo y tres años después me casé con él. Tuvimos a tu madre, la criamos, la vimos crecer y enamorarse a su vez, la vimos casarse y tenerte a ti. Poco después, tu abuelo enfermó. Él también estaba cansado y dolorido y un día decidió cerrar los ojos y no abrirlos más. Yo me enfadé con él. Me pareció muy egoísta que me abandonara de aquella forma y mucho más egoísta aún que también os abandonara a ti y a tu madre. Sí, lo odié con todas mis fuerzas, pero entonces llegó nuestro aniversario de bodas. Yo estaba tan triste que no quería levantarme de la cama. Lloraba y lloraba y volvía a llorar, hasta que tu madre entró corriendo en mi cuarto y gritó que estaba nevando. Casi nunca nieva en Madrid y mucho menos en pleno mes de marzo, pero ese día nevaba. ¿Sabes? El primer beso de tu abuelo me lo dio una noche en que nevaba. ¿No te parece demasiada coincidencia que nevara justo en nuestro aniversario de bodas? Yo creo que fue su regalo, su manera de decirme que, en realidad, nunca me había abandonado, que su espíritu seguía a mi lado, cuidando de mí, cuidando de vosotras. ¿Sabes? Me gustaría volver a ver la nieve antes de marcharme. Me ayudaría a llegar hasta él. En fin, estoy divagando y no tenemos mucho tiempo antes de que tu madre vuelva y siga cotorreando cosas que ni a ti ni a mí nos interesan lo más mínimo. Sólo quiero pedirte perdón.
- ¿Por morir?
- No, por morir no. Todos tenemos que morir tarde o temprano, pero sí que te pido perdón por morir en Navidad. No es justo que, en lugar de estar preocupada por lo que te van a traer los Reyes estés preocupada por mí. Sí, necesito que me perdones por ponerme enferma en estos días y por no saber si sobreviviré a las fiestas.
Sin dejar que la conversación terminara de terminar, la madre de Sandra entró en la habitación blandiendo el “Hola” con aire triunfal.
martes, 28 de diciembre de 2010
Estrellas II
Aquella fría y oscura noche de comienzos de enero, Sandra y su madre volvían a casa después de pasar la tarde en el hospital donde la abuela de la primera malgastaba sus últimos días de vida. Tenía 86 años y a su corazón, después de tres infartos de miocardio, apenas le quedaban fuerzas para seguir latiendo. Los médicos habían sido muy claros al respecto: en cualquier momento se pararía y todo habría terminado. Sandra no entendía muy bien el significado de la palabra muerte. Su madre intentó explicárselo, pero a las niñas de seis años les cuesta entender los conceptos abstractos por los que los adultos sienten tanta afición. No obstante, comprendió algunas cosas: que su abuelita era muy mayor, que estaba muy malita y que, el día menos pensado, se iría para siempre. ¿Adónde? No tenía ni idea, pero su madre había sido tajante al respecto: nunca jamás volvería a verla.
Este doloroso pensamiento traspasó de parte a parte el pequeño corazón de Sandra, provocándole aterradoras pesadillas nocturnas. ¿Quién jugaría con ella a las muñecas? ¿Quién le leería los cuentos de Grimm y Perrault? ¿Quién la arroparía por las noches? ¿Quién le prepararía un gran vaso de leche caliente con miel cuando estuviera resfriada? ¿Quién le cogería la mano cuando tuviera miedo? ¿Quién la ayudaría a hacer los deberes todas las tardes? ¿Quién le prepararía bizcocho con chocolate para merendar? ¿Quién, quién, quién? No es que su madre no pudiera, no supiera o no quisiera hacer todas estas cosas, es que llegaba a casa demasiado nerviosa y cansada como para poder hacerlo con la calma, cuidado y amor justos y necesarios para proporcionar a Sandra la sensación de seguridad y amor que toda niña de seis años requiere para poder dormir plácidamente todas las noches. Sí, Sandra necesitaba desesperadamente a su abuela y sabía que estaba a punto de perderla, aunque no comprendiera el cómo ni el porqué.
Por eso, la noche anterior al inicio de esta historia, Sandra decidió escribir una nueva carta de Reyes, en la que dejaba sin efecto la que les había escrito y enviado casi un mes antes. Ya no quería la casa de la Barbie, ni el DVD de “Toy Story 3”. Incluso estaba dispuesta a renunciar a la colonia de Hanna Montana. Estas navidades sólo deseaba una cosa: que su abuelita se curara y no se muriera nunca. Ojalá hubiera sido lo suficientemente buena a lo largo de todo el año como para ser merecedora de tan magnífico regalo.
Este doloroso pensamiento traspasó de parte a parte el pequeño corazón de Sandra, provocándole aterradoras pesadillas nocturnas. ¿Quién jugaría con ella a las muñecas? ¿Quién le leería los cuentos de Grimm y Perrault? ¿Quién la arroparía por las noches? ¿Quién le prepararía un gran vaso de leche caliente con miel cuando estuviera resfriada? ¿Quién le cogería la mano cuando tuviera miedo? ¿Quién la ayudaría a hacer los deberes todas las tardes? ¿Quién le prepararía bizcocho con chocolate para merendar? ¿Quién, quién, quién? No es que su madre no pudiera, no supiera o no quisiera hacer todas estas cosas, es que llegaba a casa demasiado nerviosa y cansada como para poder hacerlo con la calma, cuidado y amor justos y necesarios para proporcionar a Sandra la sensación de seguridad y amor que toda niña de seis años requiere para poder dormir plácidamente todas las noches. Sí, Sandra necesitaba desesperadamente a su abuela y sabía que estaba a punto de perderla, aunque no comprendiera el cómo ni el porqué.
Por eso, la noche anterior al inicio de esta historia, Sandra decidió escribir una nueva carta de Reyes, en la que dejaba sin efecto la que les había escrito y enviado casi un mes antes. Ya no quería la casa de la Barbie, ni el DVD de “Toy Story 3”. Incluso estaba dispuesta a renunciar a la colonia de Hanna Montana. Estas navidades sólo deseaba una cosa: que su abuelita se curara y no se muriera nunca. Ojalá hubiera sido lo suficientemente buena a lo largo de todo el año como para ser merecedora de tan magnífico regalo.
domingo, 26 de diciembre de 2010
Estrellas I
Hubo una época en la que el cielo se cuajaba de estrellas nada más ponerse el sol y la gente contemplaba el nocturno firmamento a la caza y captura de algún astro fugaz y errante al que pedir un deseo que, muy de vez en cuando, se convertía en realidad. Después, el mundo se aceleró y perdió la fe y nadie tenía tiempo ni ganas para despegar la vista del suelo. Fue entonces cuando la mayoría de las estrellas se negaron a abandonar su hogar ante la falta de espectadores anhelantes por contemplar su brillo rutilante y su belleza sin par. Únicamente las más cabezotas y aguerridas continuaron saliendo cada noche, con la vana esperanza de encontrar un par de ojos extasiados por su magnificencia. Sólo algún que otro loco enamorado seguía loando las escasas constelaciones que permanecían ancladas en el cielo. Los astrónomos se limitaban a medir sus dimensiones y certificar su muerte.
Sandra no estaba enamorada ni entendía de astronomía, pero un día en que tenía unas ganas irreprimibles de llorar alzó los ojos para evitar que las lágrimas mojaran sus mejillas. Era invierno, hacía frío y el sol se había ido a dormir tres horas antes. Puede que el cielo ya no estuviera tan estrellado como antes, pero Sandra fue hipnotizada por aquellos diamantes rutilantes que flotaban a años luz de su cabeza.
Tras unos instantes de embelesada contemplación cerró con fuerza los ojos y pidió un deseo, justo antes de que su madre tirara con fuerza de su mano para acelerar el paso, mientras la regañaba por estar siempre en la inopia. Ninguna estrella fugaz que pudiera recogerlo cruzaba el firmamento en ese momento, pero todos los astros celestiales escucharon su deseo y se aliaron para convertirlo en realidad. Sólo tenían tres días para conseguirlo, pero ¿qué es el tiempo para quien ha existido casi desde el comienzo del universo?
Sandra no estaba enamorada ni entendía de astronomía, pero un día en que tenía unas ganas irreprimibles de llorar alzó los ojos para evitar que las lágrimas mojaran sus mejillas. Era invierno, hacía frío y el sol se había ido a dormir tres horas antes. Puede que el cielo ya no estuviera tan estrellado como antes, pero Sandra fue hipnotizada por aquellos diamantes rutilantes que flotaban a años luz de su cabeza.
Tras unos instantes de embelesada contemplación cerró con fuerza los ojos y pidió un deseo, justo antes de que su madre tirara con fuerza de su mano para acelerar el paso, mientras la regañaba por estar siempre en la inopia. Ninguna estrella fugaz que pudiera recogerlo cruzaba el firmamento en ese momento, pero todos los astros celestiales escucharon su deseo y se aliaron para convertirlo en realidad. Sólo tenían tres días para conseguirlo, pero ¿qué es el tiempo para quien ha existido casi desde el comienzo del universo?
viernes, 24 de diciembre de 2010
martes, 21 de diciembre de 2010
El eco. El eco. El eco.
Tu reflejo en el espejo. El eco. El eco. El eco. La simetría de un día que no tiene guía. Tu voz rebotando en las cuatro paredes de mi cuarto. Tu imagen flotando en un mar de azogue. Cuadros sin pintar que pueblan la pinacoteca de las historias que nadie se ha atrevido a inventar. Los libros que morirán sin rechistar. El miedo al qué dirán. El final del principio. El ya no puedo más. Los gritos. El silencio. El eco. El eco. El eco. Tu reflejo en el espejo. La simetría del día en que fallecieron todas mis utopías. Tu voz en mi cabeza, mi cabeza en tus manos, el hacha que secciona mi cuello y rasga mis cuerdas vocales. El silencio. El silencio. El silencio, roto por el eco de lo que nunca osamos pensar. Tu reflejo en el espejo. El eco. El eco. El eco. La simetría del día en que todo valía. Mi voz fallecida en la letrina. Tu reflejo en el espejo. Mi mano en tu costado. Adán y Eva se dan la mano. Ya se han inventado todos los pecados. El eco. El eco. El eco, volando a lomos del viento. La simetría de tu boca sobre la mía. El eco. El eco. El eco. La nada.
lunes, 20 de diciembre de 2010
La realidad de lo fantástico
A veces, la mejor manera de que triunfe la verdad es disfrazarla de fantasía. La gente está más dispuesta a aceptar lo mágico que lo real.
domingo, 19 de diciembre de 2010
El amor. El adiós. El rencor.
Una maleta exigua. Viajar como si no existiera el mañana, como si tus palabras se desvanecieran en la nada, como si jamás hubiera visto tu cara. El tiempo suspendido de un alambre invisible. Tu pelo entre mis dedos, entretejiendo un tapiz de silencios y deseos. El tren. El avión. El taxi. La vuelta al mundo. El final de la vía, de la pista de aterrizaje, de la autopista, de mi vida. No llego porque no quiero llegar. Me escapo. Rezo. Cruzo los dedos. Me levanto y me vuelvo a sentar. Tú no estás. Yo sí. El dolor que me oprime el pulmón, un microinfarto al corazón, una mínima indigestión. El sabor de tu olor. El amor. El adiós. El rencor. El escozor de tu voz. La maleta sin abrir, arrinconada en el rincón más oscuro de la aséptica habitación de hotel. El teléfono que no suena, que se calla las palabras que deben ser vocalizadas, que no grita lo que las paredes sin cuadros anhelan oír. El amor. El adiós. El rencor.
Mi canción del día
Creo que ya me faltan dedos de las manos para contar las veces que he escuchado "Las hojas secas" y eso que hace poco más de una semana que me lo compré. Los chicos de Havalina nunca dejarán de sorprenderme gratamente.
Hoy os dejo con "Mamut".
"Quiero olvidarme de ti. Quiero olvidarme del olor de nuestros cuerpos almediodía, desdibujar esa sonrisa triste y torcida. Quiero olvidarme de ti. Quiero olvidarme de tu amor".
Hoy os dejo con "Mamut".
"Quiero olvidarme de ti. Quiero olvidarme del olor de nuestros cuerpos almediodía, desdibujar esa sonrisa triste y torcida. Quiero olvidarme de ti. Quiero olvidarme de tu amor".
Singularidad
Hay momentos irrepetibles, que nunca jamás volverán a existir; pero su recuerdo pervivirá por siempre en quienes formamos parte de la magia.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Ojos de metacrilato
Vi mi futuro plastificado en tus ojos de metacrilato y quise salir huyendo ante el horror de lo inevitable. Aplastada contra la pared, como una mosca aniquilada por una zapatilla furibunda, cierro los ojos y cruzo los dedos para que no des el paso irrevocable, aquél que lo cambiaría todo, aquél que no podría borrarse ni con todo el aguarrás del mundo. Presiento tu lento y eléctrico avance y trato de pronunciar un NO lo suficientemente convincente como para frenarte. Siento tu autosuficiente sonrisa, aunque no pueda verla, y comprendo que sólo quieres echar más leña al fuego, generar el gran incendio, la explosión superlativa, unos nuevos Hiroshima y Nagasaki. Prolongas el momento incandescente, quemas mis párpados con tu aliento hirviente y acabo abriendo los ojos cuando una lágrima de rendición se me escapa furtivamente. Susurro un POR FAVOR plagado de dudas y exento de fuerza, vuelves a reír y me dices que no harás nada que yo no te pida. Nuestras almas errantes se retan a un duelo a muerte. Afirmas que no tienes todo el día y me despego de la pared para pegarme a tu lengua viperina. Mañana será otro día, que diría una resolutiva Escarlata, y ya tendré tiempo de pensar cómo espantar a mi ufano Red Butler.
martes, 14 de diciembre de 2010
Princesas, dragones y aprendices de mago.
- ¿Me querrás siempre?
- Sólo hasta que dejes de creer en los cuentos de hadas?
- ¿Por qué?
- Porque entonces ya no necesitarás ningún príncipe que te rescate del dragón del lago de fuego.
- Te equivocas. Tú nunca has sido un príncipe.
- ¿Y entonces qué soy?
- Un aprendiz de mago que no sabe muy bien lo que hace, pero que intuye lo que tiene que hacer para salvarme de las garras del monstruo de ojos rojos. El único capaz de aguantar la quemazón de un amuleto incandescente. El último eslabón de una cadena inquebrantable. O, quizá, un nuevo Alejandro Magno que, en vez de cortar el nudo gordiano, se entretiene en deshacerlo poco a poco.
- Sólo hasta que dejes de creer en los cuentos de hadas?
- ¿Por qué?
- Porque entonces ya no necesitarás ningún príncipe que te rescate del dragón del lago de fuego.
- Te equivocas. Tú nunca has sido un príncipe.
- ¿Y entonces qué soy?
- Un aprendiz de mago que no sabe muy bien lo que hace, pero que intuye lo que tiene que hacer para salvarme de las garras del monstruo de ojos rojos. El único capaz de aguantar la quemazón de un amuleto incandescente. El último eslabón de una cadena inquebrantable. O, quizá, un nuevo Alejandro Magno que, en vez de cortar el nudo gordiano, se entretiene en deshacerlo poco a poco.
Mi canción del día
No pasa siempre. Sólo algunas veces. Escuchas un puñado de canciones con las que te tropiezas navegando por internet y piensas que te encantan y que te mueres de ganas de oírlas en directo. Buscas el próximo concierto de tu nuevo descubrimiento musical, pero no puedes ir. Al siguiente tampoco. Ni al siguiente, ni al siguiente... Finalmente localizas una fecha factible, pero llega el día y llueve y hace frío y estás cansada y no tienes a nadie que te acompañe, pero sabes que tienes que ir, que no puedes perder una nueva oportunidad. Y llegas a la sala y te sorprendes al descubrir la escasez del público, porque ya entonces estás segura de que la chica es grande, por muy pequeña que parezca a simple vista. Y empieza el concierto. Primero, Pablo Ager de telonero. Después, el mismo Pablo Ager arropando con su música las canciones de Vaivencida. Y te das cuenta de que todo lo que intuías era cierto, de que te encuentras ante una nueva diva del indie español (si es que las etiquetas alguna vez sirvieron para definir algo) y flotas sobre sus letras, sus melodías y su inconmensurable voz y sabes que éste es sólo el comienzo de un nuevo idilio musical y que algún día todos ponderarán a esta joven valenciana y si nadie lo hace es que habrá muerto la poesía.
"Ven y dime: ahora que ya te he visto y que sé cómo miras, ¿cómo finjo que aún puedo conformarme con chavales de barrio, con artistas de radio, con todo lo que no seas tú?"
sábado, 11 de diciembre de 2010
El inframundo
A veces sueño que el suelo se abre bajo tus pies y te engulle de un rápido bocado. Luego me despierto y descubro que aún no has pasado a engrosar la población del inframundo. Puede que las criaturas subterráneas no seamos dignas de que nos honres con tu etérea presencia, pero ¿acaso no te resulta atractiva la idea de ayudarme a custodiar el incandescente núcleo del centro de la tierra?
Mi canción del día
"Buscarte es mi manera de seguir. Esta historia va a cambiar. Lo sé. No es para mí. Buscando el mar a ciegas por Madrid. No me canso de esperarte y aunque el aire no me hable de ti sigo buscando el mar a ciegas por Madrid".
http://www.grupoeltiempo.net/page4/files/bc06c234a1e7cf83dd0865aef7d486e5-21.html
jueves, 9 de diciembre de 2010
Todo que perder
Más que de aquél que no tiene nada que perder, ten miedo de quien está dispuesto a perderlo todo para ganar algo.
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