domingo, 19 de diciembre de 2010

El amor. El adiós. El rencor.

Una maleta exigua. Viajar como si no existiera el mañana, como si tus palabras se desvanecieran en la nada, como si jamás hubiera visto tu cara. El tiempo suspendido de un alambre invisible. Tu pelo entre mis dedos, entretejiendo un tapiz de silencios y deseos. El tren. El avión. El taxi. La vuelta al mundo. El final de la vía, de la pista de aterrizaje, de la autopista, de mi vida. No llego porque no quiero llegar. Me escapo. Rezo. Cruzo los dedos. Me levanto y me vuelvo a sentar. Tú no estás. Yo sí. El dolor que me oprime el pulmón, un microinfarto al corazón, una mínima indigestión. El sabor de tu olor. El amor. El adiós. El rencor. El escozor de tu voz. La maleta sin abrir, arrinconada en el rincón más oscuro de la aséptica habitación de hotel. El teléfono que no suena, que se calla las palabras que deben ser vocalizadas, que no grita lo que las paredes sin cuadros anhelan oír. El amor. El adiós. El rencor.

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