Llegó el día siguiente y, como todas las tardes de las últimas dos semanas, Sandra y su madre fueron al hospital. Sandra odiaba el hospital, no sólo porque oliera raro, fuera feo y estuviera lleno de agujas, sino porque era el lugar en el que iba a morir su abuelita, aunque siguiera sin saber muy bien lo que eso significaba. No obstante, ir allí era la única forma de verla y verla era mejor que no verla.
La tarde comenzó como siempre: su madre preguntándole a su abuela por su estado físico y anímico, su madre criticando a los ineptos de los médicos y a las inútiles de las enfermeras, su madre poniéndola al día de las últimas novedades familiares y de las más recientes noticias nacionales e internacionales… Sandra se aburría soberanamente, pero era divertido ver cómo su abuela hacía muecas burlándose del insufrible parloteo de la madre de Sandra en cuanto ésta miraba un instante hacia otro lado. De repente, la anciana moribunda interrumpió a su hija y le exigió que fuera al quiosco más cercano a comprarle el “Hola”. La madre de Sandra comenzó a protestar, pero desistió ante el chantaje psicológico de “¿Es que no quieres cumplir uno de los últimos deseos de tu madre?”
Una vez solas, la abuela de Sandra no perdió el tiempo y fue directa al grano:
- Tu madre ya te ha explicado que me muero, ¿verdad?
- Sí- contestó una compungida Sandra.
- ¿Y sabes lo que eso significa?
- Que estás malita y que en cualquier momento te irás al cielo y ya no te veré más.
- Sí. Algo así. Lo que parece que nadie te ha explicado es que no debes estar triste.
- Pero yo no quiero que te vayas a ningún sitio.
- ¿Por qué?
- Porque te necesito.
- Te equivocas. Tú no me necesitas. Soy una anciana de 86 años. Ya nadie me necesita.
- ¡No es cierto, abuela! ¡Yo te necesito! ¡Te quiero! ¡Te quiero y te necesito! ¡No te vayas, por favor!
- Sé que me quieres, preciosa, pero estoy cansada, muy cansada y necesito dormir. Lo que pasa es que ya no me basta con dormir una noche. Necesito cerrar los ojos y no volverlos a abrir, separarme de este cuerpo lleno de achaques y dolores y flotar etérea en la ingravidez de la eternidad.
- No entiendo nada de lo que dices, abuela.
- Lo sé cariño. Yo tampoco lo entiendo; pero, en realidad, es muy sencillo. He tenido una vida larga y feliz. A los 23 años me enamoré de tu abuelo y tres años después me casé con él. Tuvimos a tu madre, la criamos, la vimos crecer y enamorarse a su vez, la vimos casarse y tenerte a ti. Poco después, tu abuelo enfermó. Él también estaba cansado y dolorido y un día decidió cerrar los ojos y no abrirlos más. Yo me enfadé con él. Me pareció muy egoísta que me abandonara de aquella forma y mucho más egoísta aún que también os abandonara a ti y a tu madre. Sí, lo odié con todas mis fuerzas, pero entonces llegó nuestro aniversario de bodas. Yo estaba tan triste que no quería levantarme de la cama. Lloraba y lloraba y volvía a llorar, hasta que tu madre entró corriendo en mi cuarto y gritó que estaba nevando. Casi nunca nieva en Madrid y mucho menos en pleno mes de marzo, pero ese día nevaba. ¿Sabes? El primer beso de tu abuelo me lo dio una noche en que nevaba. ¿No te parece demasiada coincidencia que nevara justo en nuestro aniversario de bodas? Yo creo que fue su regalo, su manera de decirme que, en realidad, nunca me había abandonado, que su espíritu seguía a mi lado, cuidando de mí, cuidando de vosotras. ¿Sabes? Me gustaría volver a ver la nieve antes de marcharme. Me ayudaría a llegar hasta él. En fin, estoy divagando y no tenemos mucho tiempo antes de que tu madre vuelva y siga cotorreando cosas que ni a ti ni a mí nos interesan lo más mínimo. Sólo quiero pedirte perdón.
- ¿Por morir?
- No, por morir no. Todos tenemos que morir tarde o temprano, pero sí que te pido perdón por morir en Navidad. No es justo que, en lugar de estar preocupada por lo que te van a traer los Reyes estés preocupada por mí. Sí, necesito que me perdones por ponerme enferma en estos días y por no saber si sobreviviré a las fiestas.
Sin dejar que la conversación terminara de terminar, la madre de Sandra entró en la habitación blandiendo el “Hola” con aire triunfal.
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