miércoles, 20 de abril de 2011

Tres céntimos (IV)

El 29 de noviembre de 1.994, el padre de Mónica, alto directivo de una famosa compañía farmacéutica, decidió enviar la última remesa de antibióticos caducados a Camerún, en lugar de a Nigeria. El país elegido como destino de los medicamentos desechables pagaba tres céntimos más por caja. Nunca se preocupó de los nigerianos que morirían por la falta de las medicinas más básicas.

El 7 de diciembre de 1.994, después de casi un año realizando trabajos esporádicos que apenas le permitían subsistir, Akeem contrajo una fuerte neumonía que, tres días después, acabó con su mísera existencia.

La doctora de Médicos sin Fronteras que atendió a Akeem el 9 de diciembre dijo que no había nada que hacer sin los antibióticos que se le habían acabado tres días antes y que nunca fueron repuestos al no poder pagar por ellos los tres céntimos más que ofertaba Camerún. Tras certificar la muerte de Akeem, la doctora lloró de rabia ante su impotencia para curar a quien jamás habría fallecido de haber nacido fuera de África. Era tremendamente injusto que la vida de un chaval que aún no había cumplido los catorce años costara tres céntimos y, más injusto aún, que nadie hubiera podido pagarlos y que quien podía hacerlo no se hubiera molestado en desembolsarlos.

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