No eres más que humo, un humo negro y espeso que me nubla la vista y hace que tropiece más de mil veces en la misma piedra. La profundidad de tus ojeras es un fiel reflejo de la negrura que tiñe mi futuro más próximo. Me siento junto a ti y finjo que tú no eres tú y que yo no soy yo, sino tan sólo dos desconocidos anónimos sin nada que decirse. No funciona. Me miras y no necesitas abrir la boca. Cierro los ojos y entorno los labios, pero ningún suspiro huye de mi garganta. Un viento sibilante deposita en mi oreja izquierda una letanía interminable de motivos por los que debería mantenerme alejada de ti. Respiro el aroma a Ducados que desprenden tus manos. Un quejido se desliza entre mis dientes. Mastico el dolor de nuestra traición. Un columpio chirría de forma estridente el vaivén de tu aproximación y de tu huida. Al abrir los ojos, tu corazón sangra entre mis manos. Tu cuerpo sólo es una ráfaga de humo que se disuelve entre la niebla generada por la humedad que se evapora desde mis entrañas de piedra, una ráfaga de humo negro y espeso que me estrangula sin remedio.
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