Nos prometieron que tú y yo no moriríamos esta noche y los creímos. Volamos hasta el lado oculto de la luna. Contemplamos el sol. Reímos. Caímos. Heridos. Abrazados sobre el suelo, antorchas sangrantes, contemplamos las ardientes y mortales yagas. Incapaces de detener el cataclismo, fingimos que no veíamos lo que vimos. Nos mentimos. Y ahora que ya es tarde para evitar el fatídico final, rezamos a Dios, persiguiendo un perdón que nos es esquivo por falta de fe en este cielo que vierte lluvia ácida para apagar el fuego que nos consume, para ahuyentar el humo que nos envuelve y que nos une, para lavar esta sangre de hule, tan negra como la noche, tan venenosa como los escapes de los coches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario