El tiempo muere a cada segundo, mientras los seres humanos sólo perecen una vez en la vida. Algunos sobreviven hasta el momento en que claudica su cuerpo. Otros desaparecen mucho antes de que su carne y sus huesos comiencen a pudrirse. Sólo tú y yo somos como el tiempo. Fallecemos a cada segundo y resucitamos instantáneamente, en un círculo sin principio ni final, ajenos a cualquier axioma racional. Nuestro amor es un Ave Fénix que arde por combustión espontánea y que resurge de sus cenizas antes de que éstas se enfríen. Pero un día nos dispersará el viento y, por mucho que nos busquemos, no lograremos encontrarnos. Ocurrirá un 21 de diciembre. Tal y como predijeron los Mayas, será el fin de nuestro mundo. El de ellos seguirá girando, cruel e inhumano, intemporal, arcano. Nadie será consciente de la detención del tiempo, en huelga indefinida desde que no puede medir la cadencia de nuestros besos.
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